Manuel Zambrano explica cosas (a los historiadores)

22 de octubre de 2019


Tiene nombre de hondo Manabí, pero correspondió al de un regidor del Cabildo de Quito en el año de N. S. de 1809, y no de origen manaba, sino pastuso. Este territorio que hoy pertenece al Sur de la República de Colombia como parte del Departamento de Nariño, durante los años que estuvo la administración del Reino de España a cargo de estos pagos, forjó intensos vínculos con la capital de la Audiencia de Quito. Estos vínculos se echaron a perder de forma definitiva el año 1832, tras la derrota del naciente Estado del Ecuador en la guerra contra la Colombia de la que ese nuevo Estado se había segregado y la consecuente firma del Tratado de Pasto el 8 de diciembre de 1832.

El regidor Manuel Zambrano participó de manera activa en la Junta de Gobierno de Quito originada a raíz del 10 de agosto de 1809. Unos meses después, Zambrano, todavía regidor, manifestó en el Cabildo de Quito dos opiniones que resumen el sentido de lo actuado por dicha Junta de Gobierno.

En su primera opinión, dada en la sesión de Cabildo del 29 de enero de 1810 que lleva por título “Que se borre y descarte el título de Excelentísimo dado por la Junta, porque ella no tiene facultad para expedir títulos”, Zambrano advirtió “que el pueblo soberano había instalado la Junta sin tener necesidad de contar con el Cabildo, porque había reasumido en sí, todas las facultades reales” (“Actas del Cabildo de San Francisco de Quito, 1808-1812”, p. 115).

Y su segunda opinión, dicha en el mismo acto, fue que existió gente confundida en Pasto, por lo que él quiso “hacerles ver y conocer los santos fines con que se había instalado la Junta, cuáles eran la religión, el Rey y la Patria, y que si no fuera así, no habría entrado en ella” (Ibíd., p. 115).

La primera opinión describe lo que pasó y su justificación: pasó que un grupo de personas formó una Junta de Gobierno contra las autoridades reales y por fuera de las del Cabildo. A los primeros (con el Conde Ruiz de Castilla a la cabeza) los retiró del poder y pretendió el reemplazo en sus funciones; a los segundos, no los necesitó para hacerse del poder (“sin tener necesidad de contar con el Cabildo”).

La justificación de la Junta de Gobierno de Quito se hallaba en la teoría de la retrocesión de la soberanía, implícita en esta idea de “pueblo soberano” convertido en tal dada la situación de los reyes españoles. Ellos (Carlos IV y Fernando VII) estaban desprovistos de su capacidad de reinar por la invasión de las tropas de Napoleón a la España peninsular, por lo que el pueblo quiteño reasumió la titularidad de la soberanía, a través de esta Junta.

La segunda opinión evidencia que la Junta de Gobierno de Quito ejerció dicha soberanía a fin de seguir siendo monárquica y española. Su independencia no era del Reino de España, ni su postura era contraria a la existencia del sistema monárquico. Su independencia era frente al gobierno de las autoridades nombradas desde España, pero con total sumisión al Rey Fernando VII El Deseado. Se trató de una junta autonomista, que en el mejor de los casos buscó liberar a Quito del “yugo” impuesto por el Virreinato de Nueva Granada.   

En este contexto y para informar a la gente “confundida” de Pasto por encargo de las autoridades de la Junta de Gobierno de Quito, el pastuso Zambrano viajó hacia allá para repartir las buenas nuevas a sus paisanos, pero no fue bien recibido por ellos. (El episodio se narra muy bien en este artículo: “Revolución y diplomacia: el caso de la primera Junta de Quito” [pp. 350-352], de Daniel Gutiérrez Ardila.) De hecho, ninguno de los que viajó desde Quito a alguna parte a repartir el evangelio de la revolución fue recibido de buenas maneras. Todo lo contrario: sobre la reacción que desencadenó esta asumida primacía quiteña (pues eso suponía su autonomía: asumir a Quito como la primus inter pares entre las ciudades de las provincias que componían la entonces Audiencia de Quito) se acabó por erigir la masacre del 2 de agosto de 1810, perpetrada por tropas enviadas desde el Virreinato del Perú a instancias del Gobernador de Guayaquil, Bartolomé Cucalón. Del rechazo de los enviados por la Junta de Gobierno de Quito a Guayaquil, Cuenca, Pasto y Popayán, da muy buena cuenta el citado artículo de Gutiérrez Ardila.

A todo esto, este pastuso Zambrano es un todoterreno de la “ecuatorianidad”: además de ese agitado año de 1809, después participó en la vida política del Ecuador como Estado independiente. Fue diputado por Pichincha a la Asamblea Constitucional de 1835 y a los Congresos Nacionales de 1831 y de 1839. En este último Congreso llegó a postularse para Presidente de la República, justo en la ocasión en que se eligió al general Flores de manera arrolladora (la primera reelección de nuestra historia). Zambrano cosechó un chulla voto en ese Congreso. Flores, 29.

Manuel Zambrano ya debe estar muerto (a menos que sea Don Alfonso) pero ignoro cuándo acaeció ese hecho.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Parece contradictorio rebelarse contra las autoridades del Virreinato y del cabildo, pero aun considerarse sometidos al poder de los reyes, dado que el poder de estos dos se deriva directa- o indirectamente del poder del rey.

Queriendo de alguna forma to have their cake and eat it too, por decir.

Tambien, la teoría de la retrocesión de soberania no parece aplicar ya que el pueblo 'ecuatoriano' nunca fue soberano desde un inicio.

No se puede retomar algo que nunca fue suyo.

De todos modos, interesante. Gracias de nuevo por el aporte.