Creo
que el fútbol debería ser lo que significó para Juan Vicente Lezcano jugarlo en el Peñarol sesentero de Spencer: “el mejor equipo
que integré en mi vida, tenía un vestuario bárbaro, un compañerismo… Todos
luchaban para todos, a un mismo ritmo”. Según Lezcano, un equipo solidario,
cuyo técnico Roque Gastón Máspoli (arquero uruguayo del Maracanazo
y DT del Barcelona campeón ’87) “mantenía la alegría en el
vestuario”. El fútbol es un deporte en el que un equipo compite contra otro
para marcar más goles: para marcarlos (y para evitar que se los marquen) es
necesaria la cooperación. Esa cooperación había en Peñarol. Lezcano contó en la
entrevista a diario El Universo, “un ejemplo: Julio César Abbadie era el
puntero derecho, pero lo hizo triunfar a Pablo Forlán, el marcador de punta,
porque lo dejaba subir hasta el fondo y le cubría las espaldas. Hoy uno ve que
Sergio Ramos en el Real Madrid sube y nadie lo releva, por ahí viene un
contraataque por su punta y pum, gol. ¿A quién culpa la gente...? A Sergio
Ramos. Eso es porque no hay solidaridad”.
La
lógica acumulativa del shopping suele contrariar a la solidaridad.
Ilustre ejemplo de esto es la versión 2004 del equipo al que aludió Lezcano, el
Madrid. El Real Madrid de Ronaldo, Raúl, Zidane, Beckman y Figo. En un artículo
para Soho, Juan Villoro escribió que para esta versión del Real Madrid “Florentino Pérez había decidido abrir un restaurante con más chefs que
meseros”. El equipo parecía el seguro ganador de tres torneos en esa
temporada (hecho hasta ese entonces nunca antes alcanzado) pero se descalabró:
estaba en la final de la Copa del Rey, acababa de eliminarlo al Bayern Munich
en la Champions y tenía 8 puntos de ventaja en la Liga y, de repente, el
Zaragoza
le arrebató 3-2 la final de la Copa del Rey, el Mónaco lo eliminó de
la Champions y el Osasuna lo zamarreó 0 a 3 en el Bernabéu para marcar
su declive en una Liga que terminó por ganar el Valencia del “payasito” Aymar.
“La caída de las más poderosa de las escuadras comprueba de qué material está
hecho el heroísmo” sentenció Villoro en Soho. Según él, “los astros rara vez
desempeñan funciones de sacrificio y el fútbol también depende de marcajes
subordinados, despejes de urgencia, zancadillas salvadoras”. La frase es
certera, a condición que esos astros sean de los que juegan para sí mismos, for
the profit. Porque la frase no es cierta para otros astros, v.g., los de la
cosecha de la Masía.
La
española es una liga ficticia donde 18 equipos más acompañan al Barça y al Real
Madrid en su definición del título. El Madrid tiene la tradición de apuntar
siempre alto, pero desde el llamado Galacticidio, esto es, la derrota 3-2 contra el
Zaragoza en la Copa del Rey 2004 antes mencionada, concreta más bien poco.
(Según el escritor Javier Marías, madridista confeso, el que Mourinho sea DT del Madrid empeora la situación del
club: “un entrenador omnipotente, omnipresente y malasangre, un
quejica que acusa a otros siempre, un individuo dictatorial, ensuciador y
enredador, soporífero en sus declaraciones, nada inteligente, mal ganador y mal
perdedor”, un individuo “al que el Madrid le trae sin cuidado, que no tiene
reparo en traicionar su centenaria tradición y en arrojar sobre él una mancha
que se hará difícil borrar”.) En la otra orilla, se encuentran los astros de la
cosecha de la Masía, el Barça de Guardiola en el que se priorizan los
canteranos y que ha ganado la liga ficticia en sus últimas tres ediciones y,
más importante, ha ganado casi todo lo que se ha propuesto en España, Europa y
el mundo (lo que incluye un sextete el 2009) en estos últimos cuatro años, de
forma exquisita y de manera incluso humillante para su clásico rival, valga de
ejemplo este 5-0. Lo ha hecho con un fútbol inteligente y
preciso de toque y rotación en el que cooperan solidariamente todos sus
integrantes (con pases, desplazamientos, marcajes, despejes y zancadillas) lo
que maximiza las posibilidades de colaboración entre ellos, con resultados
vistosos y efectivos, por momentos incluso sinfónicos. Muchos consideran a este
Barcelona el mejor equipo de la historia. Yo me cuento entre ellos.
El
físico nuclear Edward Jiménez en el artículo “Juegos cuánticos: su majestad
el fútbol, un juego cooperativo correlacionado” publicado en la Biblioteca
del Fútbol Ecuatoriano Tomo III, analiza el fútbol desde la perspectiva de
la computación cuántica. La correlación de estrategias que estudia dicha
disciplina se detallan en ocho páginas de fórmulas matemáticas ininteligibles
para todo aquel que haya maldecido al Baldor, que concluyen que a mayor
cooperación “los resultados que requieren trabajo en equipo se facilitan o son
más probables” y que en “un juego cooperativo el aparecimiento de
individualidades siempre dará resultados inferiores o iguales al trabajo en
equipo” (Lionel Messi es prueba viva de esto, con sus distintos niveles de
juego en el Barça y en la selección argentina). El juego de toque y rotación de
este Barça es la puesta en escena de las fórmulas descritas por Edward Jiménez
en la gramática de la computación cuántica, salvo que expresándose en la cancha
de manera mucho más hermosa. El juego del Barça, en lo que tiene de colectivo y
solidario, es también una apuesta contracultural (como explica el “Loco” Bielsa) en tiempos en que
suele exaltarse al individuo y al mercado. Que una lección de buen fútbol para
todos los tiempos provenga, no de un equipo ensamblado al gusto casi
omnipotente de un magnate sino de un equipo cuya estrategia macro ha sido la
creación de un tejido social en los canteranos de la Masía que sobreviva
el complicado tránsito de los años jugando ese mismo estilo de fútbol bien
jugado, es un hermoso detalle de esta época.
Fuente: Pablo Cozzaglio. |
La
sofisticada computación cuántica del físico nuclear Jiménez es otra forma de
expresar lo que el recio back Lezcano sabía intuitivamente, sin
fórmulas, en su sesentero vestuario del Peñarol: que el compañerismo, la solidaridad
y el conocimiento mutuo entre las personas que integran un equipo (esas cosas
que te da el vestuario y la convivencia, no la billetera) es la base para su
cooperación efectiva y sus triunfos. El equipo que practica esos atributos
juega con el material con el que está hecho el heroísmo, según Villoro. Que se
juegue para conseguirlo y se lo demuestre en la cancha, que su recuerdo se
convierta en memoria colectiva para celebrarlo hasta el día de la muerte. Ese,
no otro, es el rezo de todo hincha por ateo que sea, antes de empezar un
campeonato.
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