Con voz de pena, Pinoargote
cerró el “tramo Pinoché” de su entrevista con el consultor chileno Patricio Mery Bell con las siguientes palabras:
“Si
hablamos de estabilidad, hay que ver bien en qué consiste”.
Cuatro días después,
Alfredo Pinoargote se explica. Aquí el video. Él no cree que la
estabilidad sea “absolutamente positiva”. Él cree que los regímenes estables construyen
“carreteras, escuelas, hospitales y represas. Todos han hecho una gran obra” (se
entiende que Correa está en este club); si esos gobiernos estables son de facto
“se apuntala de una violencia física de la que hace ostentación para
aterrorizar”; pero si esos gobiernos estables son de origen democrático cometen
otro tipo de violencia, pues cometen un “genocidio moral de la sociedad civil”,
casi un nuevo Apocalipsis.
Pinoargote cierra su
editorial explicativo de su “tramo Pinoché” de la siguiente manera:
“La
estabilidad es una proteína política cuyo exceso produce coágulos en el sistema
circulatorio de la alternancia, bloquea las arterias coronarias del poder, infarta
y mata a la democracia. Esa es la realidad”.
La conclusión de Pinoargote
es que una “proteína” llamada estabilidad puede matar a la democracia. Esta
conclusión es absurda y sólo puede ser el resultado de un grave error
conceptual. La estabilidad es una muestra del vigor de una democracia, pues
supone la continuidad de un sistema de elecciones abiertas (lo que implica la
posibilidad de alternar, si se tiene el favor popular) sin una ruptura
anti-democrática.
La estabilidad no puede
matar a la democracia, como afirma Pinoargote. Salvo que él entienda por
“estabilidad” otra cosa. Y en efecto, así es: Pinoargote reduce la
“estabilidad” a la duración de un gobernante en el poder (1). En este sentido, Pinoargote intenta asociar la estabilidad a
la falta de alternancia, para darle un contenido negativo. El problema con este tren de ideas de Pinoargote es doble: por una parte, porque es una reducción
al absurdo de la idea de estabilidad con el propósito de ajustarla a la
justificación de sus dichos en el papelón por su “tramo Pinoché” del otro día; por
otra, porque el argumento a rebatir era que el Ecuador ha sido un país estable
en los últimos diez años y que lo sigue siendo en comparación con otros países
de la región. Esto es cierto, es “la realidad”. Hasta antes de la presidencia
de Correa, éramos el hazmerreír de esa misma región con tres presidentes
elegidos en elecciones destituidos por golpes de Estado, más o menos burdos y pintorescos.
La explicación que
ha dado Alfredo Pinoargote es retórica vacía. Es como si yo dijera:
“Alfredo
Pinoargote es una proteína política cuyo exceso produce coágulos en el sistema
circulatorio de la alternancia, bloquea las arterias coronarias del poder,
infarta y mata a la democracia. Esa es la realidad”.
Pero hasta esto hace más
sentido que la explicación del propio Alfredo.
(1) Esto
se evidencia porque en su editorial Pinoargote relaciona los períodos de
estabilidad con la permanencia de una sola persona o institución en el poder
(Veintemilla, militares, Correa). Sin embargo, la estabilidad de una democracia
debería medirse por los períodos presidenciales consecutivos sin golpe de
Estado, puesto que la estabilidad es el funcionamiento del sistema democrático
con la posibilidad real de alternancia, en elecciones abiertas. En ese sentido,
los períodos de estabilidad durante el siglo XX serían el liberalismo post-alfarista (1912-1925),
el auge bananero (1948-1961) y el retorno a la democracia (1979-1997).
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