Banco a Maradona a morir y
para siempre. Ofrezco tan solo dos razones:
1) Maradona no tiene la obligación de ser ejemplo
de nada: En realidad, dejaré que
de este punto se encargue Dolina vía “Ingrid Hammer”.
2) No soy ingrato: Soy de la generación que creció con el Diego, que
amó el Mundial del ’86, que vivió su época y sus goles inolvidables. Nos hizo
felices a muchos, como sólo el fútbol (AKA “la recuperación semanal de la
infancia”) puede hacerlo, como sólo Maradona (y por estos días, el genio que ocupa su número
10 en la albiceleste) pudo hacerlo. Si no fuiste de esta generación, si no lo
viviste en carne propia, no podrás entenderlo.
Así las cosas, el Diego,
el Dié, D10S, es para muchos de mi generación, una suerte de tío díscolo.
Falopero, putañero, tremendo, canas verdes
de la abuela, ruleta rusa, carnaval toda la vida… Muchos no lo querrán por eso, pero este adulto (con el niño que vive en él) que lo ve derrapar, que entiende que el tío
ha derrapado, que se nos está yendo, que el tío se ha ido al carajo, no puede
participar de este morboso cargamontón contra Maradona: eso es coto exclusivo
de los canallas.
Porque de mi parte, como le
pasará con millones, nunca dejará de contar con mi mano amiga y estas
palabras: “Te voy a querer siempre, Diego”. El niño que vive en mí no abandona
a quien lo hizo feliz. Por gratitud, hermosa virtud. Porque así es el fútbol.
Y a los que el Diego, el
Dié, D10S, no les gusta, pues sólo les diré, como para no desentonar:
“QUE LA SIGAN CHUPANDO”
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