Para un ecuatoriano, creo
yo como uno de la tribu, mirar el partido de Perú en el Mundial de Rusia es
pensar también que la selección del Ecuador pudo estar allí. Cuando terminó la
cuarta fecha de las Eliminatorias Sudamericanas, la diferencia de puntos entre Ecuador
y Perú era de nueve. Ecuador había ganado todo (incluso a Argentina en Buenos
Aires), Perú apenas contaba tres puntos.
Después de esas cuatro
fechas, la selección del Ecuador se fue al carajo. En los restantes catorce
partidos, acumuló menos puntos que en esas cuatro primeras fechas: apenas ocho.
Perdió los últimos seis partidos y pasó del tope de la tabla a su fondo, en
compañía de Bolivia y Venezuela.
¿Qué pasó entre esas
primeras cuatro fechas y las catorce siguientes? La intervención de la Justicia
de los Estados Unidos: el caso FIFAGATE, a raíz del cual se redujo a prisión al presidente de
la Federación Ecuatoriana de Fútbol, Luis Chiriboga, sentenciado por lavado de
activos.
Es decir, la selección de
nuestro país estuvo aceitada y fina mientras presidió la Federación de Fútbol
un pillo probado. Cuando orillado por las circunstancias fue obligado a dimitir
Chiriboga, a partir de la quinta fecha asumió un reemplazo que no satisfizo las
expectativas de los seleccionados, se armó la trinca, se pudrió todo.
Cuando no existía Correa (ahora,
el chivo expiatorio de moda), el expresidente Osvaldo Hurtado decía que “el
problema de la deshonestidad, el problema de la carencia de ética, el problema
de la corrupción, son problemas de los que formamos parte directa o
indirectamente todos los ecuatorianos”*.
La cruel paradoja de una selección de fútbol que funcionaba mejor cuando la
corrupción campeaba en su Federación, parece probarlo en lo cierto.
* Osvaldo
Hurtado, ‘Una Constitución para el futuro’,
Fundación Ecuatoriana de Estudios Sociales, Quito, 1998, p. 215.
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