Corrupción

17 de junio de 2018


Para un ecuatoriano, creo yo como uno de la tribu, mirar el partido de Perú en el Mundial de Rusia es pensar también que la selección del Ecuador pudo estar allí. Cuando terminó la cuarta fecha de las Eliminatorias Sudamericanas, la diferencia de puntos entre Ecuador y Perú era de nueve. Ecuador había ganado todo (incluso a Argentina en Buenos Aires), Perú apenas contaba tres puntos.

Después de esas cuatro fechas, la selección del Ecuador se fue al carajo. En los restantes catorce partidos, acumuló menos puntos que en esas cuatro primeras fechas: apenas ocho. Perdió los últimos seis partidos y pasó del tope de la tabla a su fondo, en compañía de Bolivia y Venezuela.

¿Qué pasó entre esas primeras cuatro fechas y las catorce siguientes? La intervención de la Justicia de los Estados Unidos: el caso FIFAGATE, a raíz del cual se redujo a prisión al presidente de la Federación Ecuatoriana de Fútbol, Luis Chiriboga, sentenciado por lavado de activos.

Es decir, la selección de nuestro país estuvo aceitada y fina mientras presidió la Federación de Fútbol un pillo probado. Cuando orillado por las circunstancias fue obligado a dimitir Chiriboga, a partir de la quinta fecha asumió un reemplazo que no satisfizo las expectativas de los seleccionados, se armó la trinca, se pudrió todo.

Cuando no existía Correa (ahora, el chivo expiatorio de moda), el expresidente Osvaldo Hurtado decía que “el problema de la deshonestidad, el problema de la carencia de ética, el problema de la corrupción, son problemas de los que formamos parte directa o indirectamente todos los ecuatorianos”*. La cruel paradoja de una selección de fútbol que funcionaba mejor cuando la corrupción campeaba en su Federación, parece probarlo en lo cierto.

* Osvaldo Hurtado, ‘Una Constitución para el futuro’, Fundación Ecuatoriana de Estudios Sociales, Quito, 1998, p. 215.

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