Messi es el mejor jugador
del mundo. Es un genio natural.
Un campeón del mundo, uno
de los 23 que acometieron la hombrada
del ’86, uno que entró en la final contra los alemanes y acomodó un único pase,
de taquito (perdón por tanta elegancia), Marcelo Trobbiani, dijo
unas palabras que sitúan la diferencia entre este genio y lo que hizo Diego
Armando Maradona en México:
“Maradona
fue el mejor. Jugué, entrené y estuve día a día con él en Boca y en la
Selección. Fue un monstruo, pensé que Messi lo podía superar pero ya no, no se
puso el equipo al hombro y la presión lo mató. Diego era lo contrario, cuando
tenía presión más jugaba, se agigantaba, decía ‘damelá, damelá…’.”
Con el agravante de que ese 1986 se la dieron a Diego y él se las ingenió para coronar la empresa colectiva a
su cargo con éxito, con goles que hoy forman parte de la memoria colectiva del
mundo entero (en Bangladesh, por ejemplo). Acompañado de 10 fieles
escuderos, un héroe llamado Maradona triunfó. Desde entonces, D10S entró al
Walhalla de la Épica.
Diego Maradona y Lionel
Messi conocieron ambos un inconmensurable talento; pero la épica, el “sueño del
pibe”, el conducir un equipo de buenos operarios a campeones del mundo, es patrimonio
único del Dié. Del héroe.
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