Pasillos dementes

26 de julio de 2009


Podría decirse de la música nacional que es música nació-mal: incluso hay quien afirma, como José de la Cuadra en un viejo artículo (de octubre de 1937) que “sobre lo que masco duda, es sobre el genio músico de mi pueblo […] aún no se hace su música ni su danza”. Pero, al fin y al cabo, le hagamos o no caso a don José de la Cuadra, nunca será tan malo el “nacimiento” de la música nacional como su anémico y diminuto desarrollo, carente del apoyo de una industria cultural fuerte que contribuya a difundir nuestra música, a crearla y re-crearla. Lo que suele denominarse “música nacional” es la música de raigambre popular, la que no suele tener amplia difusión en los medios de comunicación masiva de alcance nacional (lo que no quiere decir que no tenga difusión por canales alternativos a esos medios de difusión, por supuesto). Uno podría afirmar que existe un hiato gigante entre la difusión de la música (en general, de las manifestaciones artísticas y culturales) de raigambre popular y la difusión de la música que consumen y producen los estratos medios/altos de nuestra sociedad, la que suele reflejar influencia del extranjero, en particular pero no únicamente, estadounidense. Así, el caso de Delfín Quishpe y sus Torres Gemelas podría servirnos de claro ejemplo para trazar una frontera que determina (permítaseme decirlo con palabras extraídas de una canción de Soda Stereo) que “lo que para arriba es excéntrico, para abajo es ridiculez” (mirado el “para abajo” desde arriba, por supuesto). Este hiato que Quishpe nos ilustra es una evidencia de la profunda fractura social de este país.

Dichos estos antecedentes, ese hiato no es irresoluble. No hablemos de políticas culturales que el Estado puede y debe implementar para tender a resolverlo (aunque mucho puede decirse en ese sentido): hablemos, mejor, de las iniciativas particulares que existen para hacerlo. Hablemos, entonces, de Mamá soy demente, grupo que el viernes 17 ofreció un concierto en el bar Diva Nicotina en Guayaquil para presentar su último trabajo, Pasillos Dementes II, en el que fusionan los tradicionales pasillos con la música rock, los charangos con los samplers, la percusión con lo electrónico. El resultado es una renovación del Romance de mi destino (mejor todavía: alteración, mestizaje) y la propuesta, según quienes conforman Mama soy demente (Nadie, Jolgorio Vocal y El Niño) es “experimentar con los pasillos y otros géneros locales […] para fomentar el interés en los jóvenes por la música nacional”.

La música nacional no tiene por qué mantenerse idéntica a sí misma y encerrada en estrechos márgenes, ni por qué mirársela “desde arriba” con desdén. La iniciativa que propone Mamá soy demente (no son los primeros ni los únicos, valga decirlo) crea nuevas maneras para expresar la música nacional: la re-crea para darle vitalidad, para acercárnosla a quienes los escuchamos y para ponernos a pensar en lo que ese producto cultural (el pasillo, en este caso) tiene para ofrecernos y enriquecernos, para crear y re-crear la realidad. Porque, en definitiva: ¿para qué se tiene entonces el alma en los labios, como no sea para morderla?

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