Conocí a Villoro vía este artículo en la revista Soho en que cada frase es un ejemplo de dominio pleno de la palabra y de divertido ingenio: ambos atributos merecieron mi inmediata y rendida admiración. (Mucho Villoro, acá.) El artículo en cuestión tiene, además, la enorme virtud de referirse a uno de los temas literarios que yo más disfruto (¡Galeano, Marías, Fontanarrosa!): el fútbol (el que disfruto cada vez más, excepción sea hecha de la Champions, en su faceta literaria, en la que su épica y lírica dependen del hecho que de su generoso acervo se escoja y de la habilidad del narrador para contarlo, que lo que lo disfruto en mi condición de hincha, precisamente, en razón de la falta de épica y lírica y el notorio declive del Borrachines Sporting Club). Esa puerta de entrada no me defraudó: Dios es redondo es ese espléndido libro de fútbol de Villoro en el que éste hace graciosa cita de Heidegger, Canetti y Agamben al tiempo que su epígrafe escogido para abrirlo es el siguiente: “En el principio Dios iba a la escuela y se ponía a jugar fútbol con sus amigos hasta que llegaba la hora de irse con sus amigos a sus salones. Aunque Dios sabe muchas cosas, quiere aprender más y hacer cosas nuevas. Un día Dios dijo: ‘hoy trabajé mucho y es hora de ir a recreo’. Dios y sus amigos se pusieron a jugar fútbol y Dios chutó tan duro la pelota que cayó en un rosal y se ponchó. Al explotar la pelota, se creó el universo y todas las cosas que conocemos”. Su autor se llama Rodrigo Navarro Morales, tiene siete años, estudia en el Instituto Alexander Bain y su imaginación convierte al Génesis es un vulgar relato de mórbidos pastores (cosa a la que, de todas maneras y sin necesidad de compararlo, el Génesis se acerca bastante.)
Ahora cambiemos de tema, no de autor. Villoro es un literato a carta cabal y fue a principios de este año que disfruté en una isla Caribe (febrero, República Dominicana) de su novela El Testigo, ganadora del Premio Herralde de Novela y sobre la cual, sin asomo de innovación, me atengo a copiarles un fragmento de su contratapa: “Julio Valdivieso, intelectual mexicano emigrado a Europa, profesor en la Universidad de Nanterre, vuelve a su país después de una larga ausencia. El PRI ha perdido al fin las elecciones y se inicia un peculiar período de transición. […] Julio, como todos los exiliados, vuelve a ese tiempo extraño de los regresos, un pasado siempre presente donde uno se reencuentra con el fantasma de lo que puedo ser, con la seductora imposibilidad de retomar la vida donde se la dejó”. El libro no tiene pérdida, como tampoco la tiene este fragmento del mismo que recuerdo que comentamos con el bro X. Andrade, en razón de que ambos en ese tiempo escribimos sendos artículos sobre la legalización de las drogas. El relato ilustra, por sí mismo, el punto:
"Acabo de estar en la Secretaría de la Defensa. Tienen un piso que no está abierto al público, con un museo del narco. Vi la pistola con cachas de oro del Chapo Guzmán, una Biblia con un receptáculo para guardar cocaína, unas puertas talladas con las efigies de unos guardianes que sostienen ametralladoras AK-47. Hay algo raro en que el ejército guarde esas reliquias.
- El enemigo les parece más poderoso que ellos. Es natural que lo admiren." (Pág. 341)
Dos páginas después:
"- El problema está arriba –levantó el índice, como si el gobierno de México ocupara el piso superior de la casa (su sonrisa irónica descartaba a Dios).
- Estados Unidos es el responsable. Tienen a más negros en la cárcel por tema de drogas que en las universidades. Aquí conocemos a los narcos por nombre, apodo y vicios favoritos. Ahí están tan protegidos que operan en la sombra."
Es el cuento del bisnes, ni más ni menos. Y los que pierden, los que pierden, siempre son los otros.
Ahora cambiemos de tema, no de autor. Villoro es un literato a carta cabal y fue a principios de este año que disfruté en una isla Caribe (febrero, República Dominicana) de su novela El Testigo, ganadora del Premio Herralde de Novela y sobre la cual, sin asomo de innovación, me atengo a copiarles un fragmento de su contratapa: “Julio Valdivieso, intelectual mexicano emigrado a Europa, profesor en la Universidad de Nanterre, vuelve a su país después de una larga ausencia. El PRI ha perdido al fin las elecciones y se inicia un peculiar período de transición. […] Julio, como todos los exiliados, vuelve a ese tiempo extraño de los regresos, un pasado siempre presente donde uno se reencuentra con el fantasma de lo que puedo ser, con la seductora imposibilidad de retomar la vida donde se la dejó”. El libro no tiene pérdida, como tampoco la tiene este fragmento del mismo que recuerdo que comentamos con el bro X. Andrade, en razón de que ambos en ese tiempo escribimos sendos artículos sobre la legalización de las drogas. El relato ilustra, por sí mismo, el punto:
"Acabo de estar en la Secretaría de la Defensa. Tienen un piso que no está abierto al público, con un museo del narco. Vi la pistola con cachas de oro del Chapo Guzmán, una Biblia con un receptáculo para guardar cocaína, unas puertas talladas con las efigies de unos guardianes que sostienen ametralladoras AK-47. Hay algo raro en que el ejército guarde esas reliquias.
- El enemigo les parece más poderoso que ellos. Es natural que lo admiren." (Pág. 341)
Dos páginas después:
"- El problema está arriba –levantó el índice, como si el gobierno de México ocupara el piso superior de la casa (su sonrisa irónica descartaba a Dios).
- Estados Unidos es el responsable. Tienen a más negros en la cárcel por tema de drogas que en las universidades. Aquí conocemos a los narcos por nombre, apodo y vicios favoritos. Ahí están tan protegidos que operan en la sombra."
Es el cuento del bisnes, ni más ni menos. Y los que pierden, los que pierden, siempre son los otros.
5 comentarios:
Generoso acervo se escoja y de la habilidad del narrador, el de este, tien mas bondad,ja, lo conocia antes de tu entrada.
La narrativa, tanta , como que mi LDU, de guayaca, gano ayer en el Japón. Adelante Universidad, el tiempo y el espacio. Consideralo como hincha, estas inventando un nuevo oro para Barcelona, la estrella que ya no tendrán , mejor la escribes.
Perdón, es el ego blanco.
X. Andrade,puaj, espero que sea solo coincidencia temática.
Gracias , Xavier , se te sigue, linda bandera y traer el fútbol como una figura, figura mucho mas, propone un nuevo juego.
Tu post, un gol.
Xavier:
Fue Soho quien me presentó a Fontanarrosa, cuando publicó, hace año y medio, 19 de diciembre de 1971 (el mejor cuento de fútbol de todos los tiempos, según la revista).
Sí, tienen a los mejores, en la mejor faceta: ludismo y mujeres desnudas. Cero Marx, o por lo menos, uno no muy ostentoso.
Muy buena la caricatura de Dios y el balón.
Pero fuera de eso, dime algo: Tú das clases de Historia Política de América Latina, ¿por qué no escribes algo de Febres-Cordero? Creo que sería interesante saber qué tienes que decir al respecto.
Saludos,
Kozic
amanda, gracias por tus palabras. Me interesa esa idea de fabular el oro que BSC no obtiene en la cancha: que triunfen entonces en el recuerdo (mi niñez se tiñe de ello) o en la literatura de anticipación que ofrece tiempo y espacio para desopilantes aventuras del balón. Veremos. Sobre el ego blanco, me temo mucho que se manchará de rojo, no por la sangre que derramarán héroes albos sino por la paliza que les pondrá el Manchester United. Que así sea. El X. Andrade no es una coincidencia temática: es mi carnal. La bandera está narcótica y piola y el fúbol es lo más. Gracias de nuevo, salute.
Kozic: ese cuento es excelente, yo lo cité en un artículo de este año ( http://xaflag.blogspot.com/2008/07/el-negro.html) y lo recitamos el día que se murió el Negro en el que fue mi programa de radio, Juguete Rabioso (ay, ¡cómo extraño el programa aquel!) regado de tintos. El único Marx que creo que habilita Soho es Groucho, y con razón. La caricatura es piola, sí. Lo de Febres, ya se viene, se viene. Prontito. Abrazo, gracias por escribir. Salute.
Que grande es (sí, lo sigue siendo) Fontanarrosa. Y aquel 19 de Diciembre dio pie a una de las cargadas más grandes y repetidas de la historia:
"Aldo Poy, Aldo Poy, el papá de Ñulsolboi"
¡Grande el Negro! ¡Grande los canallas! Saluz.
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