Crónica navideña

28 de diciembre de 2008

Mejor aclararles de volea el exceso que supone este título: la primera aclaración necesaria es su distinta orientación. Yo pensaba, en realidad, escribirles una crónica que critique la navidad, una crónica anti-navideña en toda la regla. Una que refiera las razones por las cuales me resulta tan indiferente la navidad (porque, valga decirlo también, tampoco me sucede oponerme a ella: que cada quien busque su camino a la felicidad como guste –hay tanta soledad en el mundo que supongo que la navidad es un mal necesario-). Pero considero que estas razones son en realidad tan de orden público y tan evidentes por sí mismas que estimo innecesario insistir en ellas: me refiero en particular al ímpetu comercial de esta época, su espíritu consumista, su impuesta fraternidad. Desde una perspectiva estrictamente personal, además, la navidad es un rito de una religión en la que no creo, como no creo tampoco en ninguna otra.

Contra lo que critico de la navidad (a pesar de lo mucho que se lo machaca al público para provocarlo y cuyas provocaciones pretenden resolverse usualmente en monetario) me gusta pensar que lo importante es la cercanía con la familia y los amigos (esa patria para el individuo), la sonrisa, los abrazos, el tiempo compartido y que todas, todas esas cosas son independientes de una fecha cualquiera… Y es que parece también tan evidente si se lo piensa un poco, pero como dijo Lennon: “la vida es lo que te sucede mientras piensas en otras cosas”. Y más simple, por supuesto, es dejarse llevar.

La segunda aclaración necesaria es que ésta no es una crónica. No solo no es una crónica por contenido: tampoco lo es por actitud. Para contar una crónica es necesario (lo resalté en una entrada anterior) ponerse en los zapatos de otros, o mejor, para decirlo en palabras del maestro Ryszard Kapuscinski: “la mayoría de la gente en el mundo vive en muy duras condiciones y si no las compartimos no tenemos derecho a escribir”. Yo no he honrado ese compromiso. No me he puesto en los zapatos de los otros para sentir su soledad (un abrebocas de sensaciones para quienes viven en las antípodas de lo que se provoca en esta época), para sentir ese otro significado de estas fechas para quienes poco o nada tienen, para los olvidados (que suelen ser los de siempre) o para quienes se lavan dando lo que les sobra. Esa es precisamente la tensión que suele aprovecharse en esta época. Tensión que suele resolverse (y eso es lo triste) enflaqueciendo el bolsillo y no agrandando el corazón.

En todo caso es evidente que este título, aclaraciones mediante, se revela como una farsa. Farsa: sustantivo que no pocas veces caracteriza al espíritu que he sentido que impera en estas fiestas. Sostengo que se trata solamente de reivindicar el dar los abrazos cuando se tengan ganas, sin sujeción a fechas ni villancicos (y mientras más, mejor).















P.S.- Santa intenta reivindicarse. Pero nel.

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