Populismos

21 de enero de 2017

Ayer, dos políticos de relevancia dieron sendos discursos populistas. Uno, con una audiencia mundial; el otro, local. El primero, fue el discurso de posesión del 45avo presidente de los EE.UU., Donald J. Trump, hecho que tal vez marca el inicio del fin del dominio anglosajón en la política mundial (1); el otro, el que hizo el alcalde de Guayaquil, Jaime Nebot, en defensa de su honor y a los pies del edificio municipal de esta calurosa ciudad. 

Uno de los rasgos característicos del populismo es fundir al líder populista con el pueblo al cual se dirige. En esta narrativa, el líder populista y su pueblo son uno solo. La consecuencia de esto, es una licencia autoritaria (conveniente al temperamento de Nebot y de Trump) que puede pasar por encima de todo porque goza de superlativa legitimidad popular. A lo largo de sus carreras (la de Nebot mucho más extensa que la de Trump), ambos políticos han hecho gala de su actitud autoritaria.

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Del discurso de Trump (2), por ejemplo, se destacan estas perlas:

“Porque hoy no solo estamos traspasando el poder de un gobierno a otro ni de un partido a otro, sino que estamos transfiriéndolo de Washington, D.C. al pueblo americano”.

“El 20 de enero de 2017 se recordará como el día en el que el pueblo volvió a gobernar este país”.

“A partir de este día, una nueva visión va a gobernar nuestro país. A partir de este momento, va a ser América primero, América primero”.

En su discurso, Donald Trump promete pelear por su pueblo (“los hombres y mujeres olvidados no serán más olvidados”) y sugiere que el poder que a él se le confiere es un poder popular y patriotero. Jaime Nebot, sin embargo, está a otro nivel.

Nebot logra que el pueblo de su ciudad pelee por él (retóricamente y con el debido patrocinio, claro está). Con su discurso populista, Jaime Nebot logra, por arte de birlibirloque, convertir lo que es una afectación personal (el supuesto perjuicio a su honor por una denuncia de corrupción) en un problema público, al que hay que enfrentar al mero estilo del PSC, es decir, con una turbamulta apostada en las calles. El honor de Nebot no es suyo, ni pertenece solo a su familia, sino que es de su “gran familia, que son ustedes”.

Así, Nebot logra la alquimia de que la imputación de un acto de corrupción se convierta en un deshonor a la ciudad. Su “barra brava”, que es constante en sus apariciones aunque no tenga ni las más pálida idea de contra qué protesta (si algo revela su condición de mercenaria, es este detalle [3]), enloqueció de entusiasmo. Su honor se convirtió en el honor de Guayaquil. No puede existir fusión más perfecta entre autoridad y pueblo. Populismo Top.

Y tampoco ninguna que haga más sentido para lo que es hoy Guayaquil: una ciudad sin ciudadanos, que le delega su poder a un fulano autoritario para defenderse de una imputación personal como un problema público y a turbamulta en las calles del centro. El alcalde pudo tener la cachaza de cerrar su alocución populista, diciendo a los gritos, “¡Ahora voy por ellos!” (4).

En esto del populismo, en comparación a Nebot, Trump es todavía un alevín.

(1) Torreblanca, José Ignacio, ‘El suicidio anglosajón’, Diario El país (España), 20 de enero de 2017.
(3) Un día le dijimos a estos mercenarios en su cara: “Pagados por Nebot”, v. #JusticiaparaDanielAdum, YouTube, Guido Bajaña Yude, 9 de septiembre de 2011.
(4) Boscán, Andersson, 'Nebot: 'Ahora voy por ellos"', Diario Expreso, 21 de enero de 2017.

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