El momento culminante de
la llamada “Revolución de Quito” fue la aprobación de la Constitución del Estado de Quito el 15 de febrero de 1812, documento en el que se proclamaba
un manejo autónomo de las ocho provincias que componían el naciente Estado
quiteño. En su artículo 5, sin embargo, la Constitución establecía que si el
Rey de España Fernando VII El Deseado
volviese a reinar (estaba capturado por los
franceses), el Estado de Quito se reintegraría al Reino de España (1). A fin de cuentas, eso es seguir
perteneciendo a España, pero administrarse por cuenta propia: es decir, “autonomismo”.
Jamás independencia.
Una declaración de
independencia se escribe distinto. Por contraste y para ilustrar, véase la de
Cartagena de Indias, fechada el 11 de noviembre de 1811 (es decir, anterior a
la constitución quiteña):
“[…]
declaramos solemnemente a la faz de todo el mundo que la provincia de Cartagena
de Indias es desde hoy de hecho y por derecho Estado libre, soberano e
independiente; que se halla absuelta de toda sumisión, vasallaje, obediencia y
de todo otro vínculo de cualquier clase y naturaleza que fuese, que
anteriormente la ligase con la corona y el gobierno de España, y que como tal
Estado libre y absolutamente independiente pueda hacer todo lo que hacen y
pueden hacer las naciones libres” (2).
Lo que hubo en Quito en los años 1809-1812 fue una revuelta autonomista, explicada en lo
esencial por Enrique Ayala Mora en términos más prosaicos que patrióticos: “Los
protagonistas del proceso fueron poderosos latifundistas, para cuyo manejo
político la burocracia española era un impedimento. Una vez instalados en el
mando, suprimieron las contribuciones de los blancos, manteniendo las de los
indios, e hicieron desaparecer la constancia de las cuantiosas deudas que
habían contraído con la Corona por compra de tierras. Los notables criollos
fueron los usufructuarios de la libertad”
(3).
Pero este es el país de un
Abdón Calderón en trocitos sosteniendo una bandera tricolor que no existía para
la época. Lo fabuloso nos salva de enfrentarnos a lo real: un país de segundo
orden, con una independencia tardía.
(1)
O sea que de todas maneras, esta administración autónoma de Quito instituida
por la Constitución de 1812 habría fenecido cuando Fernando VII volvió a reinar
España, en 1814. Pero ni a eso llegó, pues su duración fue más efímera: se
extinguió tras la derrota de los combatientes quiteños en la batalla de Ibarra,
concluida el 1 de diciembre de 1812.
(3) Ayala
Mora, Enrique, ‘Resumen de historia del Ecuador’, Corporación Editora Nacional, Quito, 2008
[Tercera edición].
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