Desde que yo
recuerdo, la calle José Gabriel Pino Roca ha empezado en la calle
Chimborazo. Cuando chico, la calle Pino Roca pasaba por los linderos del
centro
comercial “Centro Sur”, atravesaba la calle Chile, pasaba luego los
linderos
del imponente edificio “San Sebastián”, para finalmente ir a morir en su
intersección con la calle Viveros, casi al frente de la entrada
principal de Industrial Molinera.
El desarrollo de Guayaquil mató a
esta calle: básicamente, cortó su relación con la calle Chile y la redujo a parqueaderos del “Centro Sur” y del “San
Sebastián”. Y ahora está amenazado, incluso, su nombre (que es el del
historiador y fabulista José Gabriel Pino Roca, inventor de ese mito mamarracho de
“Guayas y Quil”) pues ya en ciertos tramos se la ha empezado a llamar “Eduardo Alcívar
Andretta”.
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Aquí empieza la confusión: Esquina de Chimborazo y Pino Roca... ¿O "Eduardo Alcívar Andretta"? |
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La calle Pino Roca, rumbo a Chile. La escena de los hechos venideros. |
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La resistencia: Pino Roca como un desecho. Como un Abdón Calderón de la señalética. |
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En disputa. Intersección con Chile, lado este. |
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En la otra esquina del edificio "San Sebastián" se vive la misma esquizofrenia. | |
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El triunfo de Alcívar Andretta: Eloy Alfaro, lado este. |
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En la intersección de la calle Urbina, vuelta es Pino Roca. |
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En la intersección con Viveros, ya nadie se ocupa de la señalética como no sea la Vulcanizadora "El Flaquito". Para él, Alcívar Andretta es un extraño. | |
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En esta apocada calle Pino
Roca viví una anécdota que retrata bien a este país. Aún adolescente, íbamos
con unos amigos en un carro y de vuelta a nuestro destino, teníamos que tomar
la calle Pino Roca, por una única cuadra. Pero allí estaba, estratégicamente
ubicado, un agente de la CTG. Nosotros justo regresábamos a una fiesta de
comprar más cervezas, así que teníamos como unas buenas dos jabas en el carro.
Nuestro conductor tenía un ligero tufo a chela, que el vigilante captó
enseguida.
Se desencadenó a
continuación una escena de fuerte coloración tropical, donde cualquier
imposición de la Ley estaba de entrada fuera de discusión (tanto nosotros como
el vigilante lo hubiéramos percibido como un acto desproporcionado) y realmente
de lo que se trataba era de maximizar la felicidad de todos. Entonces:
convinimos que nosotros estábamos chiros, convinimos que estaba fuerte la calor, convinimos que tomar cerveza
era una opción SIEMPRE refrescante.
La siguiente escena, vista
desde nuestro carro en movimiento, fue la de un vigilante de la CTG sosteniendo
dos cervezas, una en cada mano. Era la imagen de una autoridad parada en la mitad
de la calle Pino Roca, entre Chimborazo y Chile, súbita y desparpajadamente
feliz.
Una autoridad que, vista
en retrospectiva, funciona como retrato de nuestra débil institucionalidad: una
masa de servidores públicos, alejados en general de todo propósito de aplicar
la Ley, siendo más felices con la alternativa de sostener envases de alcohol en
horarios de trabajo. Así, esta viñeta del vigilante de la calle Pino Roca a
inicios de los años noventa es el registro de una imagen que, aunque
pintoresca, resulta mucho más honesta para describir nuestra institucionalidad
que toda la retórica que sobre ella se ha dicho en las varias Constituciones
que hemos tenido desde el día en que se bebieron las cervezas de esta historia
y fuimos felices.
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