Mi amigo Rafael Avilés me solicitó que presente su libro Mitómano en el auditorio del MAAC este 26 de febrero. Acepté, por supuesto. Ofrecí a los presentes un discurso breve, que resumiré a continuación.
Primero, como corresponde, le agradecí a Rafael la gentileza de invitarme a presentar el libro. Al respecto, dije que tenía que manifestarle dos sorpresas: la primera, su generosidad (que sólo puedo interpretarla como consecuencia de nuestra amistad de tantos años) de invitarme a presentar el libro cuando es evidente que existe gente mucho más talentosa que yo para desempeñar esta (y, ay de mí, ésta y tanta otra) actividad. La segunda, la calidad de su texto, que había leído de manera reciente en un ejemplar que ostenta la dedicatoria “A mi hermano Xavier, afectuosamente”.
Dije entonces que era necesario formular una advertencia y una confesión. La advertencia era que lo que iba a decirles durante la presentación iba a decirlo desde el corazón, con el cariño de una amistad cultivada durante tantos años y no como el crítico literario que no soy y que no tengo mucha intención de ser (declaré, con más razón que desazón, no ser ni tampoco albergar la pretensión de ser Harold Bloom o, digámoslo en clave local, Abdón Ubidia, etc.).
Formulé de inmediato mi confesión: que yo no solía mentir, que yo me parecía de manera penosa a esa viñeta de George Washington, quien porque no decía nunca mentiras, le admitió a su padre que él había sido el que cortó el cerezo*. Yo no mentía sino hasta cuando fui profesor en el Colegio Javier y durante un recreo leí el breve ensayo de Oscar Wilde titulado “La decadencia de la mentira” (en su original inglés, “The decay of lying”). A raíz de ese diálogo comprendí que no debía no mentir, al contrario: la mentira es hermosa y merece practicársela y elevársela al rango de una de las bellas artes. Todo arte es mentira, tanto como toda realidad también lo es (de eso nos hablan Sabina y Charly más abajo). Nosotros proyectamos nuestros deseos sobre la realidad, la que se encarga de decirnos que todo es mentira, que la realidad difiere de cuanto deseamos. Aquí es cuando debe intervenir el arte como una mentirosa respuesta a la mentira de la realidad: este juego de mentiras mutuas nos ayuda a (sobre)vivir.
Aquí es cuando interviene la obra de Rafael y cobra pleno sentido el título de su obra: Mitómano. Rafael siempre fue mitómano (yo tengo una docena de años de pleno ejercicio) y sabe que de lo que se trata es de mentir bien, de mentir con arte, para hacer(nos) reír, para salvar(nos), para justificar(nos). Es de agradecerle a Rafael la generosidad de publicar una obra que contribuya a este noble propósito.
Señalé que en el libro de Rafael pueden rastrearse formatos cinematográficos, experiencias compartidas, influencias literarias (aunque el libro se parece mucho a su autor: para quien es amigo de Rafael leerlo es escucharlo decir esas cosas) de Bukowski o de autores de novela negra. La obra de Rafael proyecta una tensión entre algo oscuro y algo visual; esa tensión le rinde.
Finalmente, recordé que el jurado compuesto por María Gabriela Alemán, Oswaldo Encalada y Abdón Ubidia consideró que la obra de Rafael mereció una mención de honor en el género de cuento “por unidad temática, poética y estilo reconocibles, propuesta original”. No juzgué esas consideraciones: esas buenas gentes saben más que yo y sus razones tendrán. A mí sólo me restaba decir que juzgaba al título perfecto y referir esta cita del genial Negro Fontanorrosa, “De mí se dirá posiblemente que soy un escritor cómico, a lo sumo. Y será cierto. No me interesa demasiado la definición que se haga de mí. No aspiro al Nobel de Literatura. Yo me doy por muy bien pagado cuando alguien se me acerca y me dice: «Me cagué de risa con tu libro»”, para decir que el libro de Rafael cumple el propósito de entretener a su lector y que yo no podía menos que felicitarlo por ofrecernos este elenco de mentiras en blanco y negro.
Esas fueron, enlaces y precisiones mediante, mis palabras ese 26 de febrero.
* “El brutal mercantilismo de América, su espíritu materialista, su indiferencia por el aspecto poético de las cosas, su falta de imaginación y de elevados ideales inalcanzables, provienen de que ese país ha adoptado por héroe nacional a un hombre que, según su propia confesión, fue incapaz de mentir y no exagero al afirmar que la historia de George Washington y del cerezo han hecho más daño, y en un plazo más corto, que cualquier otro cuento de finalidad ética y moral” (Wilde, Oscar, La decadencia de la mentira, Pág. 9).
Primero, como corresponde, le agradecí a Rafael la gentileza de invitarme a presentar el libro. Al respecto, dije que tenía que manifestarle dos sorpresas: la primera, su generosidad (que sólo puedo interpretarla como consecuencia de nuestra amistad de tantos años) de invitarme a presentar el libro cuando es evidente que existe gente mucho más talentosa que yo para desempeñar esta (y, ay de mí, ésta y tanta otra) actividad. La segunda, la calidad de su texto, que había leído de manera reciente en un ejemplar que ostenta la dedicatoria “A mi hermano Xavier, afectuosamente”.
Dije entonces que era necesario formular una advertencia y una confesión. La advertencia era que lo que iba a decirles durante la presentación iba a decirlo desde el corazón, con el cariño de una amistad cultivada durante tantos años y no como el crítico literario que no soy y que no tengo mucha intención de ser (declaré, con más razón que desazón, no ser ni tampoco albergar la pretensión de ser Harold Bloom o, digámoslo en clave local, Abdón Ubidia, etc.).
Formulé de inmediato mi confesión: que yo no solía mentir, que yo me parecía de manera penosa a esa viñeta de George Washington, quien porque no decía nunca mentiras, le admitió a su padre que él había sido el que cortó el cerezo*. Yo no mentía sino hasta cuando fui profesor en el Colegio Javier y durante un recreo leí el breve ensayo de Oscar Wilde titulado “La decadencia de la mentira” (en su original inglés, “The decay of lying”). A raíz de ese diálogo comprendí que no debía no mentir, al contrario: la mentira es hermosa y merece practicársela y elevársela al rango de una de las bellas artes. Todo arte es mentira, tanto como toda realidad también lo es (de eso nos hablan Sabina y Charly más abajo). Nosotros proyectamos nuestros deseos sobre la realidad, la que se encarga de decirnos que todo es mentira, que la realidad difiere de cuanto deseamos. Aquí es cuando debe intervenir el arte como una mentirosa respuesta a la mentira de la realidad: este juego de mentiras mutuas nos ayuda a (sobre)vivir.
Aquí es cuando interviene la obra de Rafael y cobra pleno sentido el título de su obra: Mitómano. Rafael siempre fue mitómano (yo tengo una docena de años de pleno ejercicio) y sabe que de lo que se trata es de mentir bien, de mentir con arte, para hacer(nos) reír, para salvar(nos), para justificar(nos). Es de agradecerle a Rafael la generosidad de publicar una obra que contribuya a este noble propósito.
Señalé que en el libro de Rafael pueden rastrearse formatos cinematográficos, experiencias compartidas, influencias literarias (aunque el libro se parece mucho a su autor: para quien es amigo de Rafael leerlo es escucharlo decir esas cosas) de Bukowski o de autores de novela negra. La obra de Rafael proyecta una tensión entre algo oscuro y algo visual; esa tensión le rinde.
Finalmente, recordé que el jurado compuesto por María Gabriela Alemán, Oswaldo Encalada y Abdón Ubidia consideró que la obra de Rafael mereció una mención de honor en el género de cuento “por unidad temática, poética y estilo reconocibles, propuesta original”. No juzgué esas consideraciones: esas buenas gentes saben más que yo y sus razones tendrán. A mí sólo me restaba decir que juzgaba al título perfecto y referir esta cita del genial Negro Fontanorrosa, “De mí se dirá posiblemente que soy un escritor cómico, a lo sumo. Y será cierto. No me interesa demasiado la definición que se haga de mí. No aspiro al Nobel de Literatura. Yo me doy por muy bien pagado cuando alguien se me acerca y me dice: «Me cagué de risa con tu libro»”, para decir que el libro de Rafael cumple el propósito de entretener a su lector y que yo no podía menos que felicitarlo por ofrecernos este elenco de mentiras en blanco y negro.
Esas fueron, enlaces y precisiones mediante, mis palabras ese 26 de febrero.
* “El brutal mercantilismo de América, su espíritu materialista, su indiferencia por el aspecto poético de las cosas, su falta de imaginación y de elevados ideales inalcanzables, provienen de que ese país ha adoptado por héroe nacional a un hombre que, según su propia confesión, fue incapaz de mentir y no exagero al afirmar que la historia de George Washington y del cerezo han hecho más daño, y en un plazo más corto, que cualquier otro cuento de finalidad ética y moral” (Wilde, Oscar, La decadencia de la mentira, Pág. 9).
10 comentarios:
Sabina y Charlie son un dueto de mentirosos. Idolatrados por una prole de izquierdositos que se cansaron de Intilimani y la lloricona trova cubana o la letánica y soporífera canción protesta.
Mas allá de lo que representan ese dúo de desadaptados, este post está genial.
No existen mentiras, sino verdades contadas de otra manera. La verdad y la mentira son relativas y muy subjetivas.
Elevar la mentira al pedestal de arte es algo que me parece bien y mal. Bien, porque ensalza la naturaleza del hombre que ha empezado su natural proceso de decadencia. La mentira marca el inicio de la pérdida de la inocencia. Mal, porque todos empezarán a creerse unos artistas. La mentira es tan vulgar que sublimarla es tarea ardua. Pocos se acercan a ese nivel. La mitomanía es un ingrediente básico en el mentiroso con ínfulas de artista. Correa está cerca de esos honores.
La mentira o la verdad editada o desde un particular punto de vista, es la arista del quehacer diario de los abogados. Es el sustento de su carrera.
Sabina y Charly son un par de mentirosos, KM, eso es cierto y qué maravilla que lo sea. Inti Illimani, la trova y la canción protesta: coincido también en su condición, en general, algo letánica y soporífera, pero varias de sus letras son muy interesantes y no merecen ni desprecio ni olvido.
Por cierto, la mentira no es solo la pérdida de la inocencia, sino un síntoma de inteligencia y de buena memoria. Y como con todo el resto de cosas, los "famas" pueden tomarla y acecharnos con su estupidez. Habrá que estar atentos, ja.
Ah, los abogánsters: el 95% nos da mala fama al resto, qué le vamo' a hacer. Saluz.
xavier querido, qué turro está ese video. parece un comercial. no le hace honor alguno al arte de la buena mentira.
azul (de verdad)
y en cuanto a gustos musicales, mis estimados, la última palabra la tiene esa vieja de antología que decía que los gustos eran los gustos mientras comía moco...
cuando el sr. sabina habla de mentiras lo hace en forma: http://www.youtube.com/watch?v=BYo88T7Q6Jk&feature=related
salud.
Azul, uno podría debatir décadas sobre gustos. Mentiras piadosas es una excelente canción, pero Es mentira (el vídeo tiene una cosa de diversión que me atrapa, el "díme que me amas", la aparición de García) tiene lo suyo. En fin, entre gustos no hay disputas. Ahora, donde Sabina se explaya sobre el tema de la mentira es en el primer capítulo del libro de entrevistas que le hizo mi cuasi-tocayo Javi Menéndez Flowers, titulado "Sabina, en carne viva". Pero no lo tengo a la mano (lo había comprado en Baires y lo había visto en alguna librería local, pero deben haber traído pocos y ya se agotaron y sabrá el buen YisusCrais si traerán más y para cuándo) porque se lo regalé a una que mucho lo merecía, qué le vamo' a hacer. Salute.
Azul escribió:
jaja, pues sí. tienes razón. lo que no me gustó fue el video no la canción. y después me acordé de ese himno que ha sido para mí la 'mentiras piadosas'.
Xavier; En Mr. Books está el libro que mencionas. Pídelo en el mostrador.
Azul, ok. Fernando, gracias, ya lo checo. Salute.
Algunos han terminado por confundir mentira con argumentación. Y se nota seguido en providencias de jueces y en escritos de abogados. En un mundo de "winners" y caretas fajarse por ciertas verdades se vuelve incómodo. Hay que tabanizar, sin duda. Ahora, la mentira, como recreación lúdica de la realidad para extasiarse en ciertos valores o ponerlos, por contraste, de relieve se vuelve imprescindible frente a la "chatez" cultural de Mandonalxs y Pixajus.
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