Sucedió el 28 de agosto de
1826, hace exactos 190 años. Cuenta Mariano Fazio Fernández en ‘El Guayaquil colombiano’ que ese día se
celebró una sesión municipal “en donde se da a luz otra acta en la que
abiertamente se propone la dictadura de Bolívar” y en la que “estuvieron
reunidas todas las autoridades departamentales y municipales, además de ‘un
número considerable de propietarios y un pueblo numeroso’” (1). En esa época, el Intendente del Departamento de Guayaquil (éramos
una dependencia administrativa de la “Gran Colombia”) era Tomás Cipriano de
Mosquera, quien sería más adelante presidente del territorio hoy conocido como la
República de Colombia en cuatro ocasiones.
El acta de la sesión
municipal de aquel 28 de agosto es elocuente en expresar la necesidad de un
“hombre fuerte”:
“Cuando
todos estos males son la consecuencia de las instituciones, y de un sistema
equivocado, y cuando bajo el influjo del gobierno constitucional se han desenvuelto
y nos han traído al estado presente, sería un absurdo esperar el remedio del
sistema mismo que los ocasiona. Es
necesario un resorte grande y extraordinario que vuelva a combinar las partes
para organizar de nuevo el todo” (2).
Ese resorte se llamaba
Simón Bolívar. Fazio apunta que “siguiendo la más pura tradición suareciana,
Guayaquil reasume la soberanía originaria y la traslada a Bolívar”. He aquí la
transcripción de una parte del acta de aquel día, que da fe de ello:
“En tal
estado, el pueblo mismo es el único, que en el ejercicio de su soberanía, puede
atender a satisfacer estas necesidades, y Guayaquil penetrado íntimamente de
todo lo expuesto ha resuelto:
1º.
Consignar como consigna desde este momento el ejercicio de su soberanía por un
acto primitivo de ella, en el padre de la patria, en Bolívar que es el centro de sus corazones;
2º. EL
LIBERTADOR por estas facultades
dictatoriales, y por las reglas de su sabiduría, se encargará de los destinos de la patria, hasta haberla salvado del
naufragio que la amenaza;
3º. Libre
ya de sus peligros, el Libertador podrá convocar la Gran Convención Colombiana,
que fijará definitivamente el sistema de la República, y de ahora para
entonces, Guayaquil se pronuncia por el
Código Boliviano;
4º. Que se
dirija a S.E. un tanto de esta acta, para que se sirva admitir los votos de
este departamento, y encargarse de su destino; dándole al mismo tiempo toda la
publicidad, y toda la solemnidad que merece un acto sagrado y primitivo de
soberanía;
5º. Que se
circule a todos los departamentos de la República invitándoles a abrazar este
partido, como el único medio de rescate que el genio de la felicidad puede
presentarles; y que se haga saber al Ejecutivo de la República para su
conocimiento;
6º.
Entretanto que S.E. llega a este departamento y se encarga de la dictadura, las autoridades actuales continuarán en
el mismo orden y estado en que se hallan, conservando a toda costa la
tranquilidad pública por el sistema actual hasta que S.E. dicte lo que
convenga” (3).
Quito adoptó un acta
similar a la del municipio guayaquileño el 6 de septiembre.
La situación política de
Guayaquil de esa época registraba la existencia de dos partidos: el militar,
“que sinceramente deseaba la dictadura de Bolívar” integrado por “Mosquera,
Illingworth, Paz del Castillo, al que se añaden los colombianos de siempre
–Vicente Ramón Roca, los Garaycoa, Manuel Antonio de Luzarraga, José María
Villamil, etc.” que era “el verdadero forjador de las actas”. El otro partido,
al que Fazio Fernández llama “federalista”, apoya el acta por conveniencia porque
de esa manera podría impulsar “las reformas de la constitución en un sentido
federal” (y además, como apunta Fazio, porque “a río revuelto ganancia de
pescadores”) (4).
Bolívar no aceptó la
generosa oferta de los cabildos de Guayaquil y Quito. Fazio Fernández señala
que en Guayaquil esta decisión “de rechazar la dictadura fue entibiando, poco a
poco, los ánimos enfervorizados del partido militar”. Pero de ninguno de estos graves
hechos habla el torpe redactor de ficciones del municipio de Guayaquil, Melvin
Hoyos.
En el libro cuya redacción
fue pagada por nuestros impuestos (‘El
libro de Guayaquil’, cuyo PVP es de USD 100) se omite el episodio del acta
y el encargo de la dictadura a Bolívar. El período colombiano de Guayaquil lo
resuelve Hoyos con insistir en que en Guayaquil se mantenían los “principios
autonómicos” aún “a pesar de que en [Guayaquil] habían importantes ciudadanos
que deseaban pertenecer a Colombia bajo la dictadura de Bolívar, como Juan
Illingworth, Vicente Ramón Roca, los Garaycoa, Manuel Antonio de Luzarraga y
José de Villamil” (5), sin hacer mención
alguna de los partidos “militar” y “federalista”, ni del pronunciamiento por el
“Código Boliviano”, ni del acta que se adoptó en la sesión municipal del 28 de
agosto de 1926, tan explícita en sus deseos de una dictadura de Simón Bolívar
para el gobierno de Guayaquil.
Hoyos no menciona ninguno
de estos hechos no porque no conozca la obra del argentino Mariano Fazio
Fernández, en la que este autor los refiere con el detalle propio de un
historiador (pues Hoyos cita la obra de Fazio ‘El Guayaquil colombiano’ a página siguiente) sino porque no
conviene a los propósitos de propaganda de este funcionario municipal, torpe
hacedor de fantasías.
(1) Fazio
Fernández, Mariano, ‘El Guayaquil
colombiano 1822-1830’, Banco Central del Ecuador, Guayaquil, 1988
[Colección Monográfica, publicación No. 18], p. 93.
(2)
Ibíd., p. 94. (El resaltado no es del original).
(3)
Ibíd. (El resaltado no es del original). La “tradición suareciana” se refiere a
la filosofía sobre la soberanía del jurista español Francisco Suárez
(1548-1617); el “Código Boliviano” se refiere a la constitución vitalicia que
Bolívar diseñó para el gobierno de la naciente Bolivia.
(4)
Ibíd., pp. 94-95.
(5) Hoyos,
Melvin & Efrén Avilés, ‘El libro de
Guayaquil. Tomo II. Independencia - República’, s/e, s/f, p. 80. Nótese que
los nombres y el orden en que se los presenta son los mismos en la obra de
Hoyos que en la obra de Fazio Fernández, con exclusión de los extranjeros (el
colombiano Tomás Cipriano de Mosquera y el venezolano Juan Paz del Castillo,
autoridades del Guayaquil colombiano). Hoyos conoció la obra de Fazio Fernández,
pues la cita en la página 81 y en la bibliografía del capítulo (p. 89), a pesar
de lo cual, según Hoyos, “Bolívar trató de imponer en toda Colombia la
Constitución Boliviana” (p. 80) cuando es evidente que en Guayaquil sucedió lo
opuesto, puesto que fue el cabildo de la ciudad el que se pronunció “por el
Código Boliviano” para el gobierno de la ciudad, con Bolívar como dictador a la
cabeza.
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