La Alcaldía de Guayaquil adquirió
el “Castillo José Martínez de Espronceda” el año 2010. Entonces, la Alcaldía tenía
grandes expectativas para este inmueble patrimonial, situado en la
esquina NE de la intersección de las calles Eloy Alfaro y Venezuela, barrio del
Astillero. Se pensaba convertir a este edificio patrimonial en una biblioteca
pública. Y era una gran idea.
Sin embargo, la Alcaldía
de Guayaquil no hizo nada. En siete años, ha dejado languidecer el castillo que
compró, que se convirtió en una guarida para vagabundos, en un sitio para consumir
alcohol y drogas, y en un motel express
de los amores furtivos de una escuela nocturna de los alrededores. Hasta que en
este año 2017 la Alcaldía de Guayaquil, finalmente, intervino.
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Olvídense, en todo caso,
de la biblioteca pública y el archivo que estaba anunciados para este inmueble y que todavía
pregona su Departamento de Turismo en su página web. Ahora el “Castillo José
Martínez de Espronceda” no será un espacio para la cultura, pues allí “funcionarán dependencias municipales”.
¿Qué pasó? Algo así:
- Jaime Nebot: “Quiero que allí hagan una
biblioteca”.
- Ingeniero random: “Pero Alcalde, esa
alternativa es muy costosa”.
- Jaime Nebot: “Entonces no quiero que
hagan una biblioteca”.
Como el plan se había
anunciado (y se lo sigue anunciado, a pesar de haber disposición en contrario)
sin ninguna pinche planificación, era muy normal que después se encuentren
dificultades y se lo abandone.
Así, la noticia positiva
de la recuperación de este inmueble tal como la publicó El Universo (‘Municipio de Guayaquil suscribe contrato para la inauguración del castillo Espronceda’)
evidencia la forma cómo se cuentan las cosas en Guayaquil: se vende como un
progreso, lo que apenas es una respuesta tardía y mala a un viejo problema.
Tardía, pues la Alcaldía ha tardado siete años en empezar a recuperar un
edificio patrimonial; mala, porque pasó de ser una biblioteca pública (tan
necesaria) a convertirse en oficinas para la burocracia municipal.
Pero es así cómo se
construye la idea de renovación de Guayaquil durante las alcaldías del PSC: con
los convenientes olvidos de sus previas negligencias. La idea que queda flotando
es que en Guayaquil sí se ha hecho algo, aunque ese “algo” se lo haya hecho tarde
y mal.
Porque lo importante, al
final, es seguir viviendo en delusión, es decir, en una Guayaquil que
resulta tan eficaz como irreal.
Conclusión: El relato socialcristiano de Guayaquil es un cuento para bobos.
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