Fiodor Dostoievski en
‘Recuerdos de la casa de los muertos’
escribió que “el grado de civilización de una sociedad puede juzgarse por el
estado de sus prisiones”. Juzgado así, en el territorio que se convirtió
en la malhadada República del Ecuador jamás hemos conocido otra cosa que un
estado de barbarie.
El Tomo V de la ‘Historia General de la República del Ecuador’ de Federico González Suárez describe la situación de las
cárceles durante el período colonial:
“En las
cárceles no había sistema alguno penitenciario bien establecido; el preso
estaba encerrado en calabozos inmundos, sin luz ni aire sano, cuando era pobre
y pertenecía a las clases obreras de la sociedad; si pertenecía a la nobleza,
se le proporcionaban cuantas comodidades deseaba durante los días de su
encarcelamiento”.
Tales distinciones odiosas
en la colonia siguen existiendo en la actualidad (v. ‘Cárcel 4’, donde suelen ir
los pillos de alto coturno). Y continúa el padrecito González:
“Las
cárceles eran lugares donde los culpables vivían atormentados, pero de donde no
podían salir nunca corregidos ni enmendados; antes, podían adquirir vicios con
los cuales no habían estado manchados. La pena de azotes y la de trabajos forzados
no se imponían a los nobles. Ordinariamente la justicia, muy benigna con los
españoles nacidos en la Península, era severa con los mestizos y los indios, y
tolerante con los españoles americanos”.
Esta “pigmentocracia de la
justicia” continúa vigente, en un país en el que el racismo está tan naturalizado
que muy rara vez se lo discute.
Es la barbarie, hoy como
siempre.
0 comentarios:
Publicar un comentario