Una de las cosas que me
provoca mayor sospecha sobre las narrativas tradicionales del proceso de
independencia de los territorios que terminaron por componer el Ecuador en 1830
es esa manía de entenderlos como procesos “endógenos”, ideas geniales que se le
ocurrieron a gente siempre genial, tiro La
Vanguardia Es Así. Tal es el caso con la mentira histórica del 10 de agosto
de 1809 (1), magnificado a mayor
gloria nacionalista. Siempre a manera de un relato pobre, de un cuento para bobos.
La realidad, por supuesto,
fue mucho menos idílica, pero sobre todo, mucho más articulada con el contexto
americano y europeo (2). En el caso
del 10 de agosto de 1809 es necesario comprender esa fecha histórica…
“…desde
la trilogía europea-peninsular-americana. Es más, desde la perspectiva temporal
circunscrita al ciclo de las revoluciones liberales y burguesas que afectó a
Europa y América desde 1775 a 1871. Sólo desde esta dimensión amplia, hispana,
global y dialéctica, podremos entender satisfactoriamente los cambios que van
se van a producir desde estos años” (3).
Un análisis de este tipo
conduciría a considerar a la primera Junta de Quito como una junta
“autonomista” y dentro de la Monarquía Española, jamás “independentista”. Las
primeras juntas independentistas aparecieron a partir de 1810, “fecha que
marca, verdaderamente, la cesura” (4).
(1) “Grito
de independencia”, mis polainas.
(2) Por
“menos idílica”, entiéndase que los criollos no dudaron en sacar tajada de su autonomismo: “Los protagonistas del proceso fueron poderosos latifundistas,
para cuyo manejo político la burocracia española era un impedimento. Una vez
instalados en el mando, suprimieron las contribuciones de los blancos,
manteniendo las de los indios, e hicieron desaparecer la constancia de las
cuantiosas deudas que habían contraído con la Corona por compra de tierras. Los
notables criollos fueron los usufructuarios de la libertad”, v. ‘Resumen de historia del Ecuador’.
(3) Chust,
Manuel, ‘Un bienio trascendental: 1808-1810’, en: Manuel Chust (coord.), ‘La eclosión juntera en el mundo hispano’,
Fondo de Cultura Económica, México D.F., 2007, p. 12.
(4) Ibíd.,
p. 24. En el Manifiesto del Pueblo de Quito del 10 de 1809, Quito “juró por su Rey y Señor a Fernando VII,
conservar pura la Religión de sus Padres, defender, y procurar la felicidad de
la Patria, y derramar toda su sangre por tan sagrados y dignos motivos”. El
Marqués de Selva Alegre, presidente de esta junta, explicó sus motivos: “el
pueblo de esta Capital, fiel a Dios, a la patria y al Rey, […] ha creado otra [junta] igualmente suprema e
Interina […] mientras S.M. recupera la Península o viene a imperar en América”,
cit. en Rodríguez O., Jaime E., ‘El Reino de Quito, 1808-1810’, en: Ibíd., p.
180. Clarito está el caso de la franciscana ciudad: érase una ciudad a la
espera de su querido Rey. Por contraste, véase cómo se escribe una declaración
de independencia: ‘Quito, 1809-1812’.
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