Esta mañana he ejercido de
manera modesta el arte de la crítica, a decir de Borges: he ordenado mi
biblioteca. Ocupado en ello, he encontrado, en unas hojas sueltas y bien
cuidadas, una larga entrevista al argentino Mario Bunge (1919), que empieza con
una pregunta sobre los libros en la casa de su infancia.
Me he puesto a pensar en
la frase del italiano D’Amicis inserta en la pregunta: cuánto debo yo al haber
nacido en una casa con libros (1).
Enciclopedias, libros de derecho y libros para la imaginación infantil: el
inglés Charles Dickens, el francés Julio Verne, el estadounidense Mark Twain…
Precisamente de Mark Twain
(1835-1910) fue el primer libro que leí en mi vida: “Las aventuras de Tom
Sawyer” (2). Conservo todavía el
ejemplar de mi primera lectura, remendado por mi abuela.
Todo crítico es un
memorioso (3). Ejercer el orden en
una biblioteca propia es emprender un viaje por los meandros de la memoria
personal.
Quite a trip.
(1)
Otra frase de Edmundo D’Amicis (1846-1908) sobre el mismo tema es: “Una casa
sin libros es una casa sin dignidad”.
(2) Años
después, pasaron en TV una caricatura japonesa sobre las aventuras de Tom
Sawyer, que observé con avidez.
(3) A
fuerzas, porque de otra manera, sería como “un niño que entra en medio de la película…”.
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