El voto nulo es una
expresión legítima. He escrito a favor del nulo y fue el voto con el que me
inauguré como participante en una elección presidencial (1).
Es tradición de los
perdedores (sobre todo de los malos) reclamar a los que votaron nulo. Los
perdedores piensan que si esos votos nulos los hubieran apoyado, no habría
triunfado su rival. Esta idea parte de una profunda incomprensión de los votantes
por el nulo, pues supone que ellos pudieron haberse salvado de esta crítica escogiendo
una opción (que usualmente es la de quien los critica) en vez de haber
desperdiciado su voto.
Esta crítica está equivocada porque, en rigor, el votante por
el nulo no desperdicia su voto. Todo lo contrario, aprovecha su momento
democrático con la papeleta de votación en sus manos para mandar su mensaje generalizado
de desinterés o de repudio. Es un voto típico del quechuchista, o de aquel que no
se come un amague de esos políticos hijue...
En consecuencia con lo
anterior, la gente que vota nulo suele tener personalidad y valerle paloma la
opinión de cualesquiera de los fanáticos de cada bando político, perdedores o no. Como
buen ateo civil, no participa de ninguno de estos sucedáneos de las guerras de
religiones.
Y más allá de que las
críticas a los votantes por el nulo les hace “lo que el viento a Juárez”, es
importante desmentir que el voto nulo sea un desperdicio. De acuerdo con el
Código de la Democracia (Art. 147.3): "Se declara la nulidad de las elecciones en los siguientes casos: [...] 3. Cuando los votos nulos superen a los votos de la totalidad de candidatas o candidatos, o de las respectivas listas...".
Así, para la organización eficaz del repudio a la clase política de un territorio específico, el voto nulo es una
excelente herramienta. Que esté subutilizada habla mal de nosotros
como sociedad, nunca de su potencial.
(1) En
un artículo publicado en diario El universo de cara a las elecciones del año
2006, insté a mis lectores a que voten por el nulo, v. ‘No en nuestro nombre’,
30 de septiembre de 2006. Mi “estreno democrático” fue en la elección entre Abdalá
Bucaram y Jaime Nebot, AKA “El cáncer vs. El Sida”.
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