Rosa Borja

15 de marzo de 2024

            Publicado en diario Expreso el viernes 15 de marzo de 2024.

En el Sur de esta ciudad, la calle que inicia en la intersección con El Oro y termina en la intersección con José Vicente Trujillo se llama Rosa Borja de Ycaza. Es el perímetro este del barrio del Centenario, es la calle que separa a ese barrio del barrio Cuba. Y recuerda, con su nombre, a una mujer notable: feminista, política, artista.

En su origen ya más que centenario, esa calle no se llamó así. El Concejo Municipal le había asignado el nombre de un extranjero, George Canning. Él fue un londinense nacido en 1770 que, entre 1822 y 1827, ocupó el cargo de Ministro de Relaciones Exteriores del Reino Unido, apoyando la causa independentista en la América del Sur y procurando el reconocimiento de los nacientes Estados de la región, como ocurrió con Colombia en abril de 1825.

Claro que el Estado del Ecuador no existía a esa época. Su maltrecha andadura recién empezó en 1830, cuando Canning ya estaba muerto.

El nombre de Canning para una calle de Guayaquil también murió en 1936, cuando el Concejo Municipal decidió cambiar el nombre de la calle Ministro Canning por Rosa Borja de Ycaza, para “alentar su labor”. Porque aquel año, Borja estaba viva: nacida el 30 de julio de 1889 ella contaba 47 años y era una destacada feminista de Guayaquil (presidenta del Consejo Nacional Ecuatoriano de la Unión de Mujeres Americanas y presidenta de la Legión Femenina de Educación Popular, además de la editora de su órgano de difusión oficial, la revista “Nuevos Horizontes”). Para 1936, Rosa Borja había publicado un libro con tres conferencias titulado “Aspectos de mi sendero”, otro de poesías “Hacia la vida” y una obra de teatro “Las de Judas”.

Rosa Borja correspondió a este aliento brindado por el Concejo Municipal. Vivió largos veintiocho años desde entonces, hasta su muerte el 22 de diciembre de 1964. Durante esos casi treinta años de vida, Borja fue una mujer pionera: la primera que ocupó el cargo de Directora de la Biblioteca Municipal de Guayaquil (1953-1959) y de Directora de la Biblioteca Nacional del Ecuador.

También publicó, durante ese período, varios libros de poesía y de teatro y dos biografías: la suya propia, titulada “Mi mundo íntimo”, y la de su padre, el doctor César Borja Lavayen.

Sobre temas sociales, en este período Rosa Borja publicó sobre su ciudad “Guayaquil, ojeada histórica de la ciudad, desde los Huancavilcas hasta nuestros días” y “El Municipio y los problemas sociales de Guayaquil”. También publicó el libro “Influencia de la mujer como factor importante en el mejoramiento humano” y se destacó por ser una activa conferenciante feminista. La Unión de Mujeres Americanas, con sede en Nueva York, la designó su presidenta. 

Rosa Borja fue también Consejera Provincial del Guayas y una activa militante de la Concentración de Fuerzas Populares (CFP) con Guevara Moreno, durante los años cincuenta y principios de los sesenta. Fruto de su gestión política, el Municipio fundó el Centro Municipal de Cultura, que se cerró el año 1989 durante la administración de Elsa Bucaram.

Finalmente, Rosa Borja también fue compositora. Su “Álbum de música” fue premiado en Buenos Aires en 1942 por la Asociación Argentina de Música de Cámara.

Rosa Borja, una mujer notable.

Los años sin el presidente García

8 de marzo de 2024

            Publicado en diario Expreso el viernes 8 de marzo de 2024.

El cariamanguense Jerónimo Carrión debió ocupar la presidencia de la República entre 1865 y 1869. Tal responsabilidad era agravada pues, tras la entrada en vigor de la séptima Constitución del Estado en 1861, se eliminó el voto censitario para la elección de las autoridades y es así que Carrión fue el primer presidente elegido por (aunque sea una ínfima porción de) la voluntad popular. Empezó su período de gobierno en septiembre de 1865. 

Pero Carrión ocupó la presidencia poco más de la mitad de su período de gobierno, pues en noviembre de 1867 fue también el primer presidente que decidió renunciar a su cargo. Tras un breve interinazgo y la celebración de elecciones en enero de 1868, a Carrión lo reemplazó para el resto de su período presidencial el quiteño Javier Espinosa. Él empezó a gobernar en enero de 1868, pero duró menos que el anterior: a Espinosa lo tumbó un golpe de Estado perpetrado en enero de 1869, antes de cumplir un año en el ejercicio del cargo.

Para entender la suerte de Carrión y Espinosa, se debe considerar la guerra civil de 1859-1860 y la emergencia en ella de la figura señera del guayaquileño Gabriel García Moreno, quien dominó la escena política desde entonces hasta su muerte en 1875. La suerte sufrida por los presidentes Carrión y Espinosa ocurrió en los años del período “garciano” en los que García no fue la máxima autoridad. Allí se perdieron. 

En mayo de 1859, García apareció como el presidente de la Junta de Notables constituida en Quito para tumbar al gobierno constitucional del guayaquileño Francisco Robles, compuesta también por Jerónimo Carrión y Pacífico Chiriboga. Robles debió gobernar entre 1856 y 1860, pero cometió el error de trasladar la capital de Quito a Guayaquil. Ardió Troya.

Tras la caída de Robles y el triunfo del bando de García en la guerra civil, se reunió en Quito una convención nacional que dictó la Constitución de 1861 y eligió a García como presidente de la República para el período 1861-1865.

García cumplió su período de gobierno, pero siempre consideró que la Constitución de 1861 y las leyes vigentes eran “insuficientes para impedir el mal y para hacer el bien”. Cuando concluyó su período en 1865, García procuró el triunfo del candidato del oficialismo, es decir, de Jerónimo Carrión, su compañero en la Junta de Notables y vicepresidente de Robles hasta que saltó a la Junta. Cuando el presidente Carrión se hartó de las presiones de García y sus conmilitones, puso su renuncia. 

Se convocó a elecciones en enero de 1868 y nuevamente una ínfima porción del electorado designó al presidente. Resultó elegido Javier Espinosa, que empezó a gobernar en enero de 1868 y duró hasta el enero siguiente, cuando García se decidió por un golpe de Estado para evitar el triunfo del liberalismo (con la candidatura de Aguirre Abad) y para conducir al Ecuador por los caminos de su delirio conservador.

García organizó una convención nacional en Quito, que dictó la Constitución de 1869 y lo eligió presidente de la República para el período 1869-1875. Entre las presidencias de García, Carrión y Espinoza gobernaron supeditados a él. Al período de gobierno “garciano” sólo lo podía, y sólo lo pudo acabar, la muerte de su demiurgo.

Sucre y la mala siembra

1 de marzo de 2024

            Publicado en diario Expreso el viernes 1 de marzo de 2024.

Cuando se cumplieron los 100 años de la batalla de Tarqui, la Asamblea Nacional comisionó al poeta cuencano Remigio Crespo Toral (1860-1939) para que rinda un homenaje al Gran Mariscal Antonio José de Sucre con el depósito de una ofrenda y el ofrecimiento de un discurso. El acto se cumplió en Quito, ante el monumento a Sucre, sito en el corazón de la plaza de Santo Domingo.

Remigio Crespo Toral fue abogado, político y diplomático; diputado por el Azuay en varias ocasiones y rector de la Universidad de Cuenca; fundador de un periódico, una revista y un banco; miembro de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, escritor y poeta. Desde 1917, él era el “poeta coronado” (le ciñeron una corona de laureles en una ceremonia pública a la que asistió el presidente Baquerizo Moreno, otro poeta). En su vasta obra poética consta un “Canto a Sucre”, publicado en 1897. La mirada y las formas del poeta palpitan en su discurso a Sucre.

Aquel día que Crespo Toral ofreció su discurso, él no consideró que pudiera haber una vida más trágica que la del cumanés Antonio José de Sucre, a punto tal de tornarlo a Sucre un personaje de tragedia griega: “El grande hombre era el perseguido de la fatalidad, a manera de uno de los personajes de Esquilo o de Sófocles. Como ésos sin ventura de la progenie de Edipo, había de ser infeliz más allá de la tumba”.

En su discurso, Crespo Toral recuenta el fraccionamiento de Colombia en pedazos, lamenta la muerte de Sucre en Berruecos (“El Mariscal ha muerto: rueda su cadáver en el fango del sendero… Nadie recogió el último aliento y su postrer adiós”), deplora el pronto olvido de su esposa quiteña. Deplora, también, “su entierro vergonzante, como el de un malnacido”. Y aún vincula el terremoto de Cumaná, ocurrido en enero de 1929, a la lista de desgracias de Sucre: “¡Lógica tan dura la del infortunio, que no se quiebra jamás! Todo lo que a Sucre toca parece contaminado de tragedia. En estos días, su Patria, la heroica Cumaná, acaba de romperse y trocarse en polvo, en la epilepsia del terremoto. ¡Qué de él no quede ni hasta la cuna!”.

Entonces reflexionó Crespo Toral sobre lo que significó la muerte de Sucre para la suerte del Ecuador: “De su muerte arranca el trágico destino del Ecuador. A vivir él, nuestra patria, bajo su égida y al brillo de su nombre, no habría sido entregada a la rapacidad extranjera, ni se hubieran burlado los pactos ni los caudillos del Patía habrían logrado la mutilación del Ecuador”. 

Por supuesto, Crespo Toral reconoció los enormes méritos de Antonio José de Sucre, a quien declaró tributarle “nuestro homenaje de admiración y gratitud”. Por ello, se apresuró a exculparlo: “Si no dio fruto su siembra, culpa será no del sembrador, sino de la mala tierra y de los hombres peores que ella”.

Aquella tarde del 27 de febrero de 1929 que se leyó este discurso la imagino fría y lluviosa, y a su lector, Remigio Crespo Toral, filoso y cortante. Lacerante: “Hemos vivido hasta hoy gastando todos los sentidos y las fuerzas todas en la lucha intestina, sin visión de la frontera y sin la conciencia, que deriva de la Historia…”, tal fue su conclusión.

Estas últimas palabras se dijeron una tarde de hace 95 años, pero siguen tan vigentes.

La propuesta de Montalvo

23 de febrero de 2024

            Publicado en diario Expreso el viernes 23 de febrero.

El 9 de octubre de 1876, de paso por Guayaquil, el escritor ambateño Juan Montalvo publicó “El Boletín de la Paz”. Ese día se cumplía un mes y un día del inicio de la revolución originada en Guayaquil que tuvo por jefe supremo a Ignacio Veintemilla, enfrentado a las tropas del gobierno de Antonio Borrero. La pieza periodística de Montalvo empezaba así: “El derecho de gentes de las naciones modernas no permite la guerra, sino cuando la paz viene a ser imposible, habiéndose agotado los arbitrios de que Gobiernos justos y hombres filantrópicos se valen para llegar a fines honestos, por medios legales y humanos”.

A partir de esta premisa, Montalvo hizo la elaborada defensa de una propuesta “a nombre de la humanidad, la civilización, el amor que nos debemos unos a otros, un avenimiento pacífico, donde la muerte quede burlada, la barbarie sea vencida”. Su propuesta era que las partes en disputa “acepten la idea de transacción”, retiren a sus ejércitos a sus respectivos acantonamientos en Quito y Guayaquil y que licencien a sus tropas. Ambas partes entonces debían convocar a los pueblos “para que elijan tres personas que compongan un gobierno provisional, una el antiguo departamento de Pichincha, otra el del Guayas, otra el del Azuay”. 

Montalvo, incluso, se animó a proponer los nombres. Por Pichincha, Manuel Angulo; por Azuay, Manuel Vega; por Guayas, Pedro Carbo, “personas en cuya probidad confían los ecuatorianos, incapaces de compeler ni engañar a los electores”.

Una vez conformado este gobierno provisional, tanto el presidente Borrero y el jefe supremo Veintemilla dimiten, “y quedan en simples personas particulares”. En seguida, el gobierno provisional convoca a elecciones para elegir a los diputados a una convención nacional, en las que Borrero y Veintemilla podrán participar “como cualquier otro ecuatoriano”.

Y Montalvo concluyó, interpelando a ambos: “Vamos, señores, llegado es el caso de mostraros dignos del solio, pues nadie lo merece más que el que lo tiene ganado con el desprendimiento y la magnanimidad. La Convención lo remedia todo, lo salva todo; seamos cuerdos y merezcamos el bien de nuestros semejantes”. 

Por supuesto, esta propuesta de Montalvo tenía que pasar por los egos de los dos políticos enfrentados. Como Montalvo estaba por esos días en Guayaquil, la respuesta vino del bando de Veintemilla.

El cálculo político de Veintemilla no tenía otras miras ni otro plan que la inmediata gloria personal. Veintemilla no podía entender como positiva una idea que le restaba poder, pues de tener una gran posibilidad de triunfo inmediato por la fuerza, pasaría a tener una posición incierta frente al favor de la voluntad popular, que podría elegirlo a él o a cualquier otro. 

En cuanto a llegar al poder más pronto, el tiempo le dio la razón a Veintemilla, porque para diciembre de 1876 él ya era el nuevo huésped del Palacio de Carondelet (por esos mismos días, el expresidente Borrero estaba preso por orden de Veintemilla.) Con la propuesta de Montalvo, esto no habría pasado. 

En cuanto a Montalvo, el jefe supremo Veintemilla actuó con sujeción a su plan y eliminó un posible estorbo para su cumplimiento. Ordenó la inmediata prisión del ambateño y su exilio. 

La revolución de 1876

16 de febrero de 2024

            Publicado en diario Expreso el viernes 16 de febrero de 2024.

Un presidente cuencano y un comandante quiteño. La revolución se origina en Guayaquil. El año es 1876.

Durante la mayor parte de 1876, gobernó el presidente cuencano Antonio Borrero. Elegido por la voluntad popular en octubre de 1875 tras el magnicidio de García Moreno, él había sido la carta liberal frente a los candidatos conservadores Julio Sáenz y Antonio Flores. Se esperaba de él que convoque a una convención nacional para reemplazar la Constitución ultramontana de 1869. 

Pero el presidente Borrero se negó a hacerlo, hecho que lo malquistó con los liberales. Así que el 8 de septiembre de 1876 empezó a gobernar con disputa: el Concejo Municipal de Guayaquil pronunció al comandante de la plaza de Guayaquil, el quiteño Ignacio Veintemilla, como Jefe Supremo de la República y Capitán de sus Ejércitos. 

Según el acta suscrita ese día en “gran comicio público”, se lo desconoció al presidente Borrero por haber sido “inconsecuente a los principios liberales que proclamó y defendió como ciudadano”. En una proclama que puso a circular Veintemilla ese mismo día, él se declaró un ungido por Guayaquil para “la difícil y delicada tarea de salvar al país, próximo a hundirse en un abismo, a consecuencia de la política indefinible, vacilante y desleal del actual gobierno”. 

Desde el 8 de septiembre, al menos en Guayaquil, no rigió más la Constitución de 1869. Se puso en vigencia la Constitución de 1861.

Cinco días después, el 13, Antonio Borrero puso a circular su proclama frente a la revolución. Empezaba así: “Una revolución inicua, sin nombre y sin principios acaba de consumarse en Guayaquil”, para atribuirle en seguida un origen impío: “Los que niegan la Divinidad de Jesucristo, los que aseguran que el pueblo es más soberano que Dios, los que piden el matrimonio civil, son los que han buscado, como instrumento torpe y ciego, a un Jefe desleal”, es decir, a Veintemilla. Al presidente Borrero la Constitución de 1869 parecía caerle muy bien.

En apoyo a la postura del presidente Borrero salió el Concejo Municipal de Quito, el que declaró a los “autores de la inicua revolución” como “enemigos de la religión, de la autoridad, de la familia, de la propiedad, del hombre y de Dios”. Las matronas quiteñas también publicaron una grave protesta “con todo el ardor de nuestros corazones contra ese rebelión amenazadora y alarmante, y para ofrecer al Supremo Gobierno los votos y fervientes oraciones que, humilladas al pie de nuestros altares, elevaremos al Dios de los Ejércitos”.

Pero ni con los superpoderes de las matronas se pudo conjurar la revolución en marcha desde el 8 de septiembre. Se sucedieron los pronunciamientos y esta revolución originada en Guayaquil se hizo fuerte en la región litoral, mientras que fue resistida en las provincias serranas. El 14 de diciembre, en Galte y en Los Molinos, ocurrieron sendas batallas, que se saldaron con el triunfo revolucionario. 

Antes de concluir el año 1876, el 24 de diciembre, Ignacio Veintemilla y parte de su ejército entraron en Quito. Borrero perdió la disputa y Veintemilla ordenó que se lo reduzca a prisión.

Con el tiempo, el quiteño Veintemilla abandonó la causa liberal y se declaró dictador. Cayó en julio de 1883.

Olmedo al exilio

9 de febrero de 2024

             Publicado en diario Expreso el viernes 9 de febrero de 2023.

“Yo no he nacido para este puesto: el retiro, la soledad y la comunicación con las musas eran convenientes a mi genio y carácter; mandar, regir, moderar un pueblo y en revolución no es para mis fuerzas intelectuales y físicas”. En una carta fechada el 18 de octubre de 1821, siendo José Joaquín Olmedo el presidente de la Junta de Gobierno de Guayaquil, él le dirigió estas palabras al general Antonio José de Sucre. Son un testimonio de que Olmedo era, ante todo, un poeta.

Pero a este poeta le tocaron los tiempos revolucionarios de octubre de 1820 y, siendo Olmedo la personalidad que era en una pequeña Guayaquil de 20.000 habitantes (persona culta y leída, de 40 años, único residente que había sido diputado en las Cortes de Cádiz -el otro guayaquileño que fue diputado en Cádiz, Vicente Rocafuerte, estaba fuera del país) a él se le impuso la obligación de conducir a la patria “en revolución”: fue el primer Jefe Político de la ciudad, nombrado por el Cabildo el 9 de octubre mismo.

Olmedo renunció a los seis días, por los abusos que cometía el peruano Gregorio Escobedo, quien había sido nombrado por el Cabildo Jefe Militar de la ciudad el mismo 9 de octubre. Pero Olmedo jugó vivo: logró que el 8 de noviembre de 1820 se organice en Guayaquil un Colegio Electoral con 57 representantes de 27 territorios de la provincia de Guayaquil. Este órgano destituyó a Escobedo por su amplio catálogo de abusos, lo volvió a nombrar a Olmedo Jefe Político de la ciudad y adoptó el 11 de noviembre de 1820 la primera Constitución (el “Reglamento Provisorio de Gobierno”) para un territorio independiente de aquellos que compondrían, en 1830, el Estado del Ecuador.   

Para la Junta de Gobierno presidida por Olmedo, e integrada también por Francisco Roca y Rafael Ximena, aquel 8 de noviembre de 1820 en que se reunió el Colegio Electoral significó el día de la libertad para los pueblos de la provincia de Guayaquil, pues allí se había reunido su representación, “que es el más precioso de los derechos sociales, y el privilegio más noble de los pueblos libres”, a fin de aprobar las normas para su convivencia y para sus relaciones con los demás Estados. 

La Junta de Gobierno había convocado para el 28 de julio de 1822 a un nuevo Colegio Electoral a fin de decidir acerca del futuro de la provincia como parte de Perú o Colombia, o mantenerse como un territorio independiente. Pero el general Simón Bolívar tenía otras ideas: llegó a Guayaquil el 11 de julio, acompañado de 1.300 “bravos colombianos”, para disolver nuestra Junta de Gobierno y decidir (por el bien de la ciudad, o al menos para no hacerle daño) que Guayaquil empezaba a ser parte de Colombia. Todos los integrantes de la Junta de Gobierno partieron al exilio en Lima. Roca y Ximena jamás volvieron. 

En carta dirigida a Bolívar, fechada el 29 de julio de 1822, Olmedo le expuso a Bolívar la razón para su exilio: “Yo me separo, pues, atravesado de pesar, de una familia honrada que amo con la mayor ternura, y que quizás queda expuesta al odio y a la persecución por mi causa. Pero así lo exige mi honor. Además, para vivir, necesito de reposo más que del aire: mi Patria no me necesita; yo no hago más que abandonarme a mi destino”.

El capitán Vallejo en 1845

2 de febrero de 2024

            Publicado en diario Expreso el 2 de febrero de 2024.

Hace unos días en el Museo Municipal de Guayaquil, en un acto que contó con la presencia de algunos de sus descendientes, se develó el retrato del capitán de navío José María Vallejo y Mendoza (1793-1865), un hombre notable a quien el año 1845 le significó la pérdida de una pierna y el voto decisivo para elegir al presidente de la República del Ecuador, voto con el que salvó a otro notable. 

Ese año 1845 fue el año de la Revolución Marcista, originada en Guayaquil con el propósito de expulsar al presidente, el venezolano Juan José Flores, del territorio del Ecuador. En marzo de ese año y bajo el mando del general Antonio Elizalde, el capitán José María Vallejo formó parte de quienes se sublevaron para la toma de la plaza de Guayaquil y, producto de los varios impactos de bala recibidos, perdió una pierna. Entonces el inventor José Rodríguez Labandera le construyó a Vallejo una pierna ortopédica de madera. 

Armado de su prótesis de madera, José María Vallejo acudió como diputado por Guayaquil a la Convención de Cuenca. En esta Convención se adoptó la cuarta Constitución del Estado y se eligió a su tercer presidente, después de un gobierno de Rocafuerte y varios gobiernos de Flores. A diciembre de 1845, los dos candidatos que se disputaban la presidencia en Cuenca eran los guayaquileños Vicente Ramón Roca y José Joaquín Olmedo.

De acuerdo con la Constitución, para convertirse en presidente el candidato debía obtener las dos terceras partes de los votos de los diputados reunidos en la Convención. Por varios días se votó una, dos, ochenta veces: al final, el comerciante Roca contaba 26 votos y el poeta Olmedo contaba 14. 

El candidato Olmedo era apoyado por la prestancia y la oratoria de Rocafuerte, pero Olmedo mismo no se mostraba convencido de su candidatura. Le parecía absurdo gobernar una patria de conceptos vacíos: “¿Qué significarán estos nombres, patria, libertad, derechos del pueblo, convención, etc.?’, se preguntaba por aquellos días en una carta a un pariente. Y abundaba: “Estos esfuerzos de Rocafuerte serán inútiles porque ya es tarde […]. Yo sentiré que haga algún escándalo, y más el que yo sea la causa ocasional”.  

La noche del 7 de diciembre, el diputado Vallejo, harto de esta situación sin solución, cambió su voto por Olmedo y destrabó la elección. Su voto por Roca sumó los 27 que él necesitaba para obtener las dos terceras partes de la votación. Roca se convirtió en el presidente para el período 1845-1849.

La justificación del diputado Vallejo fue la siguiente: “Convencido de que no podrá ser elegido el candidato por quien he sufragado más de ochenta veces, que la Nación necesita con urgencia constituirse para que no se malogre la revolución por quien he derramado mi sangre como patriota y que ningún resultado producirá una resistencia indefinida: voto para presidente por el señor Vicente Ramón Roca”. Este episodio dejó una frase para la historia, aquella pronunciada por Rocafuerte tras conocer la derrota de su candidato: “Se ha preferido la vara del mercader a la musa de Junín”.

Olmedo, por su parte, declaró en carta a un familiar hallarse “muy contento de quedar libre”. En corto, seguro el cantor de Junín se lo agradeció a Vallejo.   

Injusticia a Febres-Cordero

26 de enero de 2024

            Publicado en diario Expreso el viernes 26 de enero de 2024.

El militar venezolano León de Febres-Cordero y Oberto (Puertos de Altagracia, 28 de junio de 1797-Mérida, 7 de julio de 1872), según la alta consideración del historiador guayaquileño Camilo Destruge Illingworth en su libro ‘Historia de la revolución de octubre y campaña libertadora 1820-22’, fue el “alma y el brazo principal de la Revolución de Octubre”. Tras arrebatar el puerto de Guayaquil del dominio del Reino de España en la jornada del 9 de octubre de 1820, Febres-Cordero (o “Cordero”, como se lo conocía en los relatos de esa época) emprendió un avance rumbo el norte, en su calidad de Segundo Comandante de la “División Protectora de Quito”, con el propósito de liberar a Quito del dominio español.

Pero el 22 de noviembre de 1820 ocurrió un combate que la historia lo recuerda como el “Primer Huachi”, que fue un total desastre para las huestes independentistas: A raíz de esta derrota, la Junta de Guerra convocada por el nuevo Comandante General de la Provincia y Presidente de la Junta de Guerra, el peruano Juan de Dios Araujo, ordenó el enjuiciamiento y la prisión preventiva de los coroneles Luis de Urdaneta y León de Febres-Cordero.

El historiador Camilo Destruge cuenta en un capítulo de su libro, titulado “Injusticia contra Febres-Cordero”, que la reacción de León de Febres-Cordero de cara a estas afrentas recibidas tras haber sido “el alma y el brazo principal” de la independencia política de esta república fue adoptar “una resolución acomodada a su carácter franco, noble y resuelto”, y acomodada también, a las condiciones de Guayaquil, porque a fines de 1820, en esta novel república independiente, no había imprenta. Febres-Cordero no se arredró y mandó a fijar el 2 de diciembre de 1820 “en lugares públicos varias hojas manuscritas” con el texto siguiente:

“De todas las ventajas que proporciona un Gobierno liberal, una de las más apreciables es la facultad de expresar el ciudadano sus sentimientos por medio de la imprenta. La falta de este recurso en la ciudad, me obliga a hacer presente al público, por medio de este papel, que, hallándome arrestado de orden del Gobierno y habiendo exigido que se me diga la causa, se me ha contestado que por ser el segundo jefe de la División dispersa, contra cuyas operaciones eran generales las reclamaciones al Gobierno. En esta virtud, espero de cualquier ciudadano, que todas las quejas que tenga que producir contra mí, bien sea durante el tiempo que he permanecido en esta ciudad o de resultas de la desgraciada jornada del 22 del pasado, lo haga por medio de papeles públicos, fijándolos en las esquinas; en la inteligencia de que los cargos que se me hagan, serán contestados del mismo modo; dejando por juez al público imparcial”.

Consignó Destruge en su libro (que, por cierto, fue un ensayo histórico publicado en 1920 y que mereció un premio de la Municipalidad) que “no hay noticia, no hay el menor indicio de que se correspondiera a la invitación de Febres-Cordero con algún cargo, con alguna acusación…”. 

La consecuencia de estas hojas manuscritas en defensa de su honor fue el cese de la prisión preventiva y el archivo del juicio que pesaba en su contra. Después de esto, Febres-Cordero se marchó de Guayaquil. 

De 1812 a 1869

19 de enero de 2024

            Publicado en diario Expreso el viernes 19 de enero de 2024.

La Constitución que se adoptó en Quito en 1812 tiene una relación espiritual con otra Constitución que se adoptó en Quito en 1869. Rigieron (aunque este verbo resulte excesivo para la primera Constitución citada) en territorios distintos: la de 1812 en el territorio del Estado de Quito (en rigor, la provincia española de Quito), la de 1869 en el territorio de la República del Ecuador. Además, la Constitución de 1812 reconocía al territorio que ella gobernaba todavía como parte del Reino de España (y al rey Fernando VII como su “señor natural”), mientras que la Constitución de 1869 gobernó el territorio de un Estado independiente.

Pero ambas Constituciones tuvieron unos aires de familia muy conservadora. La de 1812 decía en su artículo 4 lo siguiente: “La Religión Católica como la han profesado nuestros padres, y como la profesa, y enseña la Santa Iglesia Católica, Apostólica Romana, será la única Religión del Estado de Quito, y de cada uno de sus habitantes, sin tolerarse otra ni permitirse la vecindad del que no profese la Católica Romana”. En 1812, el sueño del Estado de Quito fue ser una comunidad compuesta únicamente por vecinos católicos, con nula tolerancia a otras creencias. Un claustro en los Andes. 

Este sueño del Estado de Quito se interrumpió pronto. Su experimento ultraconservador de autogobierno concluyó de forma violenta en diciembre de 1812, con unos fusilamientos a orillas de la laguna de Yahuarcocha.

En 1869, ya siendo Quito la capital de un Estado independiente, fue un guayaquileño quien acercó a Quito a su sueño conservador. Ese guayaquileño se llamó Gabriel García Moreno. 

En enero de 1869 García Moreno organizó un golpe de Estado, apoyado por los cuarteles de Quito y por la élite quiteña. En seguida, organizó una Asamblea Constitucional de adictos a su figura que se reunieron en Quito a dibujar una Constitución a la medida de sus desvaríos.

Esta Constitución fue la primera que se sometió a referéndum para su aprobación. El pueblo ecuatoriano votó el 18 de julio de 1869 y decidió (el 96.36% de un universo de 14.154 votantes) a favor de que entre en vigor la Constitución. 

En su parte hondamente conservadora, esta Constitución de 1869 disponía en su artículo 10 que para ser ciudadano ecuatoriano se requería “ser católico” y establecía, además, en su artículo 13, que los derechos de ciudadanía se suspendían si una persona pertenecía “a las sociedades prohibidas por la Iglesia”.  

A diferencia de la Constitución 1812, esta Constitución de 1869 sí gobernó el territorio, pues estuvo en vigor durante el período presidencial de seis años (1869-1875) de Gabriel García Moreno. Sin embargo, García Moreno no logró concluir su período de gobierno, porque fue asesinado al pie del Palacio de Carondelet el 6 de agosto de 1875, a escasos veinticuatro días de concluirlo (y de continuar en el poder para un siguiente período de seis años, pues García Moreno había sido reelegido -con otra votación abrumadora a su favor- en elecciones celebradas en mayo de 1875.)

Con la muerte violenta de García Moreno en 1875 concluyó este episodio ultraconservador. Al poco tiempo, en 1878, se adoptó una nueva Constitución que reemplazó a la Constitución de sus desvaríos.

Alfaro en Quito

12 de enero de 2024

            Publicado en diario Expreso el viernes 12 de enero de 2024.

Cuando Eloy Alfaro entró en Quito el 4 de septiembre de 1895, ello significó el triunfo de la revolución liberal. Él había dicho en una proclama a inicios de ese año que únicamente “a balazos dejarán vuestros opresores el poder que tienen únicamente por la violencia. […] Marcho, pues, en vuestro auxilio para participar en las penalidades de la campaña y tener la honra de conduciros al combate y a la victoria”. (Proclama de Managua, 5 de febrero). Alfaro triunfó a balazos, gobernó como Jefe Supremo y convocó a una Asamblea Constitucional que lo eligió primero Presidente interino (el 9 octubre de 1896) y después Presidente Constitucional (el 17 de enero de 1897). 

Cuando terminó su primera Presidencia Constitucional (1897-1901), Alfaro impuso a otro militar manabita como su sucesor, el general Leónidas Plaza. Cuando Plaza concluyó su período presidencial (1901-1905) impuso a su sucesor, el comerciante y banquero Lizardo García, quien debía gobernar entre 1905 y 1909. Pero Alfaro no estuvo de acuerdo con esta elección y le tomó los primeros diecisiete días del año 1906 para concluir un golpe de Estado y entrar nuevamente en Quito, el 17 de enero de 1906, para imitar el proceso de 1895: tras el triunfo por las armas convocó a una Asamblea Constitucional que lo eligió primero Presidente interino (el 9 de octubre de 1906) y después Presidente Constitucional (23 de diciembre de 1906).  

Fue en esta segunda Presidencia Constitucional (1906-1911) que Eloy Alfaro concluyó la emblemática obra del ferrocarril, por la que es recordado por todo ecuatoriano. Alfaro había decidido que, una vez concluido su período, lo sucedería el comerciante y banquero Emilio Estrada, pero luego se arrepintió por la frágil salud de éste. 

Estrada empezó su período de gobierno el 1 de septiembre de 1911 y 111 días después estaba muerto de un infarto. El 22 de diciembre de 1911 lo reemplazó en el ejercicio de la máxima autoridad ejecutiva Carlos Freile Zaldumbide, pues la Constitución de 1906 ordenaba que en caso de faltar el Presidente Constitucional lo subrogaría el “último Presidente de la Cámara del Senado” (Art. 71).

A inicios del año 1912, Eloy Alfaro se hallaba en Panamá, desterrado por el gobierno de Freile Zaldumbide. Pero el 4 de enero, Alfaro volvió al Ecuador para intentar un nuevo Golpe de Estado que lo conduzca a Quito para gobernar. 

Nuevamente corrió sangre en el Ecuador: tras bravos enfrentamientos en Huigra, Naranjito y Yaguachi, el número aproximado de muertos de la guerra civil de enero de 1912 ascendió a unos 3.000. Un número alto, incluso para un país acostumbrado a las imposiciones por la fuerza como el Ecuador.

Alfaro volvió a entrar en Quito, pero a encontrar la muerte. Perdedor en la guerra civil, se lo trasladó de Guayaquil a Quito en su emblemática obra. Una vez allá, fue reducido a prisión en el Panóptico y en una de sus celdas fue vilmente asesinado. El 28 de enero de 1912 sus despojos fueron arrastrados, burlados y humillados, para terminar incinerados en un parque de la capital, en un episodio conocido como “la hoguera bárbara”. 

Quito, ciudad en la que Alfaro entró victorioso en dos ocasiones, cuando su tercer intento, cobró su venganza de él y en él.

El sol del Ecuador

5 de enero de 2024

            Publicado en diario Expreso el viernes 5 de enero de 2023.

En un territorio tan escandalosamente inestable como el Ecuador, tal vez resulte gratificante el hecho de que siempre ha estado el sol en el escudo de armas del Estado.

Pues siempre el sol ha estado allí, desde el primer escudo de armas que fue adoptado cuando se fundó el Estado del Ecuador en 1830. Este primer escudo de armas no fue obra de unas mentes creativas, pues se limitó a la copia casi sin variación alguna del escudo de armas que había adoptado el Congreso Constituyente de Cúcuta en 1821. 

La Constitución de Cúcuta rigió en el territorio que sería del Estado del Ecuador desde que dicho territorio fue incorporado a la República de Colombia en 1822 hasta su separación en 1830. Ninguno que hubiera podido reputarse ecuatoriano en 1830 participó en el Congreso Constituyente de Cúcuta. (Sin embargo, en Cúcuta los diputados de otras partes decidieron, por sí y ante sí, que los territorios de la audiencia de Quito se iban a incorporar a la naciente República de Colombia.)

Digno de la pereza, el naciente Estado del Ecuador adoptó el mismo escudo de armas que había tenido entre los años de 1822 y 1830 que formó parte de la República de Colombia como su Distrito del Sur, con apenas dos variaciones principales. La primera fue añadir el lema “El Ecuador en Colombia” en la parte baja del escudo de armas, como un tributo a la inferioridad que ostentaba el naciente Estado del Ecuador frente a una hipotética República de Colombia, pues según decía el artículo 2 de la Constitución de 1830: “El Estado del Ecuador se une y confedera con los demás Estados de Colombia, para formar una sola Nación con el nombre República de Colombia”. (El problema con este artículo 2 es que era fantasía pura.)

La segunda variación fue la incorporación del sol en la parte alta del escudo de armas (“en la equinoccial sobre las fasces”, según decía la ley del 19 de septiembre de 1830). Esta incorporación fue obra del abogado quiteño José Fernández-Salvador López, quien fuera el Presidente del “Congreso Constituyente del Estado del Ecuador en la República de Colombia”, celebrado en Riobamba entre agosto y septiembre de 1830. Fue este abogado quiteño quien, en la sesión del 17 de septiembre y con el apoyo del representante por Guayaquil, el militar venezolano León de Febres-Cordero y Oberto, añadió el sol al diseño del escudo de armas que se había tomado de la Constitución colombiana.

Desde entonces el escudo de armas del Ecuador varió mucho: en 1835 (con Rocafuerte), en 1843 (con Flores), en 1845 (con la revolución marcista), en 1860 (con García Moreno), hasta que finalmente se adoptó una versión definitiva por el Congreso Nacional el 31 de octubre de 1900, la que fue sancionada por el Presidente Alfaro siete días después y promulgada en el Registro Oficial del 5 de diciembre. 

El indigno lema “El Ecuador en Colombia” no duró mucho tiempo, pues tras la Convención Constitucional de 1835 el Ecuador empezó a ser ya una República por sí mismo. Pero suerte muy distinta corrió el sol que colocó Fernández-Salvador con apoyo de Febres-Cordero: aquel es el único rasgo distintivo que se ha conservado en todos los escudos de armas que ha tenido el Ecuador desde que se fundó como Estado en 1830.

Exilio en Daule

29 de diciembre de 2023

             Publicado en diario Expreso el 29 de diciembre de 2023.

Uno de los fundadores de la marina peruana, Martín Jorge Guise, quedó muerto en la ría de Guayaquil por la explosión de una granada. Este hecho ocurrió frente al malecón, a fines del año 1828, cuando no existía aún el Ecuador y la antigua provincia española de Guayaquil (anexada manu militari el 31 de julio de 1822) era el extremo meridional de la República de Colombia. A la época de la muerte de Guise, la República de Colombia se hallaba en guerra con su vecina del Sur, la República del Perú.

Presidido como estaba por el héroe de la independencia americana, José Domingo de Lamar (general de origen cuencano y ascendencia guayaquileña), el Perú reivindicaba los territorios del Sur de Colombia (esto es, las antiguas provincias españolas de Guayaquil y Cuenca) como propios. Para tomarlos, desde el 22 de noviembre de 1828 el Perú bloqueó la ría de Guayaquil. El 24 de noviembre se lo mató a Guise. La ciudad resistió el asedio de los peruanos, hasta que finalmente el bloqueo rindió sus frutos.

El 19 de enero de 1829, el Comandante de la Plaza de Guayaquil, el inglés John Illingworth, negoció con los atacantes peruanos y acordó que, si en exactos diez días no llegaban noticias de la guerra, entregaría Guayaquil a las fuerzas peruanas. Pasó el tiempo convenido y no se obtuvieron noticias. Cumplida la condición pactada, Guayaquil pasó a ser administrada por el Perú. Illingworth trasladó su gobierno, durante este período de exilio, a la vecina Daule.

El 27 de febrero de 1829, en el portete de Tarqui, se enfrentaron las tropas de Colombia, comandadas por el general Antonio José de Sucre (quien da nombre al aeropuerto de Quito), y las del Perú, comandadas por el general José Domingo de Lamar (quien da nombre al aeropuerto de Cuenca). Colombia venció en este enfrentamiento y el 28 de febrero se firmó el Tratado de Girón, una de cuyas cláusulas estipuló la devolución de Guayaquil a la República de Colombia.

El peruano que administraba la ciudad a nombre del Perú, José Prieto, se negó a cumplir con lo dispuesto en el Tratado de Girón. El presidente peruano, el cuencano Lamar, sostenía el incumplimiento, entre otras cosas, porque el decreto de honores que publicó Sucre con ocasión de su triunfo en Tarqui resultaba deshonroso para el Perú.

Sucre había comisionado a Guayaquil, para que se proceda con su devolución, al venezolano León de Febres-Cordero y al irlandés Arthur Sandes. El peruano Prieto les hizo a ambos un feo desplante, al encerrarlos en un pontón (digamos: una prisión flotante sobre la ría de Guayaquil; para este caso, la corbeta peruana “Libertad”). 

Se estimaba pronta una nueva acción bélica pero un golpe de Estado en el Perú, orquestado por Agustín Gamarra y Antonio Gutiérrez de la Fuente, lo cambió todo. Se desconoció la presidencia del cuencano Lamar y un nuevo representante del Perú, Francisco del Valle Riestra, negoció y firmó el 27 de junio de 1829, en conjunto con León de Febres-Cordero, el Tratado de Buijo. Allí se pactó, nuevamente, la devolución de Guayaquil.  

Esta vez sí se cumplió. El 20 de julio, Guayaquil volvió a ser colombiana. La ciudad había demorado un total de ciento setenta y tres días del año 1829 bajo la administración peruana.

Assad Bucaram y el retorno a la democracia

22 de diciembre de 2023

            Publicado en diario Expreso el viernes 22 de diciembre de 2023.

Richard J. Bloomfield (1927-2011) fue el Embajador de los Estados Unidos de América en la República del Ecuador entre 1976 y 1978. A principios de 1978, mientras Bloomfield era el representante del gobierno de Jimmy Carter, él transmitió a Washington D.C., por cable diplomático, sus impresiones acerca del proceso de retorno a la democracia en el Ecuador. 

El cable del Embajador Bloomfield reconoció la existencia de cinco actores políticos clave dentro del proceso de retorno a la democracia: el líder populista Assad Bucaram (1916-1981), el Consejo Supremo de Gobierno, los partidos políticos y los miembros de la élite económica de Quito y de la élite económica de Guayaquil. De estos, los dos actores más relevantes (además de antagónicos) eran Assad Bucaram y el Consejo Supremo de Gobierno. Bucaram, porque él era aquel a quien todos los demás actores políticos querían que se impida su acceso a la Presidencia de la República; el Consejo Supremo de Gobierno, porque ellos podían imponer los tiempos y los modos del proceso de retorno a la democracia.

El Embajador Bloomfield identificó en su cable diplomático que las razones para este cargamontón contra Bucaram eran de cuño racista (por su origen libanés) y de clase (por su extracción popular). Y según decía él, en la clase política ecuatoriana de 1978, sólo una “pequeña minoría” pensaba que a Assad Bucaram se le debería permitir su participación en las elecciones que se iban a celebrar en julio de 1978. 

En cualquier caso, las razones contra Bucaram fueron suficientes, pues el Consejo Supremo de Gobierno, siendo como era el amo de los tiempos y los modos del proceso de retorno a la democracia, finalmente decidió impedir la participación de Assad Bucaram. Lo hizo a través de una regulación de modo: el 20 de febrero de 1978, el Consejo Supremo de Gobierno decretó que iba a regir para las elecciones venideras una nueva Ley de Elecciones, en una de cuyas cláusulas dispuso (con evidente dedicatoria, dada la singular condición de hijo de libaneses de Assad Bucaram) que ningún hijo de padres extranjeros podía participar como candidato a la Presidencia de la República en las elecciones de julio de 1978. 

Si bien Bucaram no pudo participar en las elecciones, sí se las pudo ingeniar para que su partido político, la Concentración de Fuerzas Populares, coloque como candidato a la Presidencia de la República a su sobrino político, Jaime Roldós (1940-1981). Se dijo entonces de la candidatura de Roldós: “Roldós a la Presidencia, Bucaram al poder”. Y a Roldós le fue bien: alcanzó el segundo lugar y pasó a la segunda vuelta con el candidato del Partido Social Cristiano, Sixto Durán-Ballén. 

Pasaron varios meses para la segunda vuelta (amo de los tiempos, el Consejo Supremo de Gobierno dilató lo que pudo su celebración) hasta que finalmente se la hizo en mayo de 1979. Triunfó de manera arrolladora el candidato de Bucaram, pero de poco sirvió, pues el país de los desacuerdos empezó pronto y para 1981, ambos, Bucaram y Roldós, ya estaban muertos. 

En cuanto a Richard J. Bloomfield, en enero de 1978 salió a su siguiente y final destino, como Embajador de los Estados Unidos en Portugal. Se retiró del servicio diplomático en 1982.

Los corsarios de 1624

15 de diciembre de 2023

            Publicado en diario Expreso el viernes 15 de diciembre de 2023.

Esta es la historia del ataque que, el año de N. S. de 1624, hicieron unos corsarios a una ciudad tropical de la América del Sur ubicada en la culata de un río, en la cima de un cerrito, poblada por unas 2.000 ó 3.000 almas. 

Empecemos por el Condado de Flandes, compuesto por los Países Bajos, Bélgica y Luxemburgo. Por carambolas matrimoniales, este territorio terminó en posesión de Carlos V de Alemania, Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. El Emperador Carlos V había nacido en Gante (ciudad del Condado de Flandes, hoy en Bélgica) y era también rey de Castilla y León con el nombre de Carlos I, aunque carraspeaba muy malamente el castellano. En el Condado de Flandes era querido, pues era uno de los suyos.  

Cuando el Emperador abdicó en 1556, ascendió al poder su hijo Felipe. Este hombre había nacido en Valladolid, hablaba castellano y en el Condado de Flandes no era querido, pues no era uno de los suyos. Entonces, a las armas: en el curso de una lucha sostenida entre 1568 y 1648, tras el fin de una tregua en 1621, en Países Bajos organizaron a unos corsarios (piratas con patente) para, en asocio con los ingleses, atacar las posesiones de España en América, en especial, las que estaban en su lado Atlántico. Pero algunos corsarios se aventuraron a atacar sus posesiones en el lado Pacífico. Y así llegó la flota del corsario Jacques L’Hermite, en 1624, a Guayaquil.  

L’Hermite nació en Amberes (su nombre original era Jacques de Clerck) y uno de sus afanes en este turbio negocio de saquear pueblos costeros auspiciado por unos insurgentes rebelados contra el dominio español era la toma del puerto del Callao. Pero advertidos como estaban en Perú, dicho puerto se hallaba bien defendido, por lo que la flota de once navíos de L’Hermite sólo pudo bloquearlo y enviar algunos navíos a saquear los puertos de los alrededores. Y así fue que se llegó a Guayaquil el 6 de junio de 1624 (también se atacó a Pisco y Puerto Viejo).

A Guayaquil llegaron los galeones Mauritius y Hoop, al mando del contraalmirante Verschoor (L’Hermite ya no podía ser el hombre al mando, pues había muerto de disentería y escorbuto el 2 de junio). Gobernaba la ciudad un corregidor, Diego de Portugal, que contaba con una fuerza de alrededor de 200 hombres armados. Pero los invasores sumaban el doble, y pudieron llegar cerca de la ciudad sin hacerse notar. En Guayaquil sólo se atinó a organizar una evacuación, y la ciudad fue saqueada. Los invasores se retiraron con el botín de su rapiña.

Todavía volvieron los corsarios en agosto de 1624, pero Guayaquil había aprendido la lección. Un nuevo corregidor, José de Castro, había organizado bien las defensas de la ciudad. Por tres ocasiones los corsarios quisieron entrar en Guayaquil, pero en todas fueron rechazados. Los corsarios, finalmente, se retiraron al Norte. 

Su flota continuó el viaje y concluyó la tercera circunnavegación del globo auspiciada por los Países Bajos, siempre hechas por corsarios (antes fueron Olivier van Noort y Joris van Spilbergen).

Con el tiempo, la lucha de los insurgentes en los Países Bajos y en las aguas americanas rindió sus frutos. Tras la Paz de Westfalia de 1648, Países Bajos obtuvo su independencia de España.

1979

8 de diciembre de 2023

             Publicado en diario Expreso el 8 de diciembre de 2023.

El 10 de agosto de 1979 el Ecuador regresó a la democracia después del período dictatorial más extenso de su historia. Aquel año entró en vigor una nueva Constitución y se posesionó a un Presidente joven y progresista, el abogado guayaquileño Jaime Roldós Aguilera, elegido tras su triunfo en una segunda vuelta disputada contra Sixto Durán-Ballén en abril de 1979.  

En los veinte años anteriores a 1979 apenas se realizaron dos elecciones presidenciales, que tuvieron a un mismo vencedor. En las elecciones de 1960 y de 1968 triunfó el mismo que ya había ganado en las elecciones presidenciales de 1952 y de un lejano 1933, el quiteño José María Velasco Ibarra. Ninguno de estos dos períodos presidenciales (1960-1964 y 1968-1972) los pudo Velasco Ibarra concluir. 

El de 1960-1964 lo interrumpió un golpe de Estado militar en 1961 y el de 1968-1972 lo interrumpió el propio Velasco Ibarra cuando se declaró dictador en 1970. Nuestro Presidente más veces vencedor en las urnas (un total de cuatro) también fue un contumaz entusiasta de la dictadura. La intentó sin éxito en 1935 (tiempos de su célebre: “Me precipité sobre las bayonetas”) y la intentó con éxito en 1946. En su último período presidencial la volvió a intentar y terminó por gobernar el país por espacio de 603 días sin contrapesos políticos oficiales, hasta que un golpe de Estado en 1972 (conocido como “El carnavalazo”) acabó con su gobierno.

Tras el golpe de Estado militar de 1961, a Velasco Ibarra lo sucedió su vicepresidente, Carlos Julio Arosemena Monroy (a quien, por cierto, lo destituyó otro golpe de Estado militar en 1963), mientras que tras el golpe de Estado militar de 1972 a Velasco Ibarra lo reemplazó el general Guillermo Rodríguez Lara. 

Al general “Bombita” Rodríguez, a su vez, en 1976 le hicieron un nuevo golpe de Estado, por el que se encumbró a la dictadura un triunvirato militar que se comprometió a devolver al Ecuador al orden constitucional. Prometieron, cuando asumieron, que la democracia volvería el año siguiente, a fines de 1977.

Por supuesto, no lo cumplieron. Ni tampoco confiaron en la democracia y en los partidos políticos, y por eso nombraron a dos comisiones para que elaboren sendos proyectos de Constitución que serían puestos a consideración del pueblo: un proyecto fue la Constitución de 1945 reformada y el otro fue una Constitución nueva. En el referéndum que se celebró en enero de 1978 ganó la nueva. (Fue la primera vez que una Constitución no la redactó una Asamblea Constitucional).

En total, en los veinte años precedentes a esta nueva Constitución y a un Roldós tan joven y progresista, el Ecuador había tenido dos golpes de Estado contra un único Presidente elegido en sendas elecciones (Velasco Ibarra), una Asamblea Constituyente y una nueva Constitución de la República (en 1967), dos Presidentes de apellido Arosemena, al bueno y barcelonés de Clemente Yerovi y alrededor de doce años de dictadura. Y casi dos años de dictadura le corresponden a un dictador civil, que ocurre que es nuestra gran figura democrática del siglo XX.

Por eso, agosto de 1979 fue un gran momento de esperanza para el pueblo ecuatoriano. La política ecuatoriana, por supuesto, no tardó nada en arruinarlo todo.

La Constitución de 1812

1 de diciembre de 2023

        Publicado en diario Expreso el 1 de diciembre de 2023.

En manuales de historia constitucional ecuatoriana se puede hallar el siguiente anacronismo: la primera Constitución del Ecuador fue la quiteña de 1812. Ello es un imposible lógico, porque en 1812 un territorio llamado Ecuador no existía.

Para explicar este anacronismo es necesario que se entienda el contexto. El Quito insurgente empezó el 10 de agosto de 1809 y culminó el 1 de diciembre de 1812 con el fusilamiento de los últimos patriotas a la vera de la laguna de Yahuarcocha. Este Quito jamás pretendió que el pacto constitucional que redactó durante su período de insurgencia, a inicios de 1812, se aplique en otra parte como no sea el territorio de su provincia, con exclusión del territorio de las provincias vecinas (Popayán, Cuenca, Guayaquil).

Entonces, dado el imposible lógico de ser una Constitución ecuatoriana, hay que precisar lo que sí fue: una Constitución para la provincia española de Quito, ascendida a Estado. Véase a este respecto su artículo 1: “Las ocho Provincias libres representadas en este Congreso, y unidas indisolublemente desde ahora más que nunca, formarán para siempre el Estado de Quito”. Estas provincias, todas andinas y unidas “más que nunca” y “para siempre”, se extendían desde Otavalo en el Norte hasta Riobamba en el Sur. Tal ámbito territorial, curiosamente, se corresponde con el territorio que quedó de la que fue la provincia española de Quito, tras la firma del Tratado de Pasto de 1832.

Dicho territorio tiene una explicación histórica. En agosto de 1809, la insurgencia quiteña buscó que las provincias vecinas se integren a la provincia de Quito y la reconozcan como la cabeza administrativa de un extenso territorio. Las provincias vecinas resistieron tal pretensión quiteña y el episodio terminó en la matanza de los líderes de la insurgencia y de cientos de otras personas el 2 de agosto de 1810. Al poco tiempo, Quito se cortó sola y no buscaría más integrar otros territorios al suyo. De alguna manera, la Constitución de 1812 es un reconocimiento de la derrota de 1809-1810.  

Es un hecho que la Constitución de Quito no pensó a este nuevo Estado como un Estado independiente. Como evidencia consta su artículo 5, que se redactó “[e]n prueba de su antiguo amor, y fidelidad constante a sus antiguos Reyes” y donde se reconoce a Fernando VII, rey de España, como “su Monarca”, siempre que se libere de la dominación francesa (lo que finalmente ocurrió en 1814). Es decir, no fue (ni podía ser) ecuatoriana, ni tampoco fue la Constitución de un Estado desligado de España.

Y como dato anecdótico, la mentada Constitución fue un fracaso. Lo explica bien el historiador quiteño Carlos de la Torre: “Desgraciadamente, las funciones del Congreso [de 1812] se entorpecieron debido a la rivalidad entre sanchistas y montufaristas que en esta época llegó a extremos de increíble hostilidad, hasta tal punto que el bando encabezado por Villa Orellana se separó [y] los sanchistas abandonar[o]n la Capital el 24 de febrero y constituyer[o]n un cuerpo soberano disidente en Latacunga”. Así, la unión “más que nunca” y “para siempre” no duró ni las sesiones del Congreso que produjo la Constitución.

Ni ecuatoriana, ni independiente de España, ni tan siquiera funcionó.

De la insurgencia a la república

24 de noviembre de 2023

            Publicado en diario Expreso el viernes 24 de noviembre de 2023.

Para Quito, el tránsito de ser un territorio insurgente en 1809 para derivar a la integración a una república en 1835, fue muy accidentado. Empezó con una lucha por su autonomía en agosto de 1809. 

La revolución del 10 de agosto de 1809 en Quito se debe entender como una expresión del movimiento juntero iniciado en la Península en 1808 (Junta de Asturias, 25 de mayo) y como una reacción a las pérdidas de jurisdicción que había sufrido en años recientes el territorio del que Quito era capital. Es decir, agosto de 1809 fue la oportunidad de los quiteños para ganar autonomía y recuperar su autoridad. 

La revolución de Quito salió mal, porque tanto las provincias vecinas de Popayán, Cuenca y Guayaquil como el gobierno español la guerrearon. En 1810 ocurrió la matanza del 2 de agosto, en 1812 fusilaron a los últimos patriotas quiteños en Yahuarcocha. Y después de muertos, como lo reconoció un cronista de Quito, Luciano Andrade Marín, los quiteños “quedaron postrados, desangrados y sometidos al más riguroso dominio español; sin maneras ya de sacudirse de él por sí mismos, sino esperando en la ayuda de alguien que los rescatara.”

Ese rescate ocurrió en 1822 pero fue sacarla a Quito de un yugo monárquico y europeo para someterla a un yugo republicano y sudamericano. Ella entonces pasó a llamarse “Departamento del Ecuador” y en conjunto con las provincias de Cuenca (Departamento del Azuay) y Guayaquil (Departamento que conservó su nombre) conformaron el Distrito del Sur de la República de Colombia entre 1822 y 1830. Ese Distrito fue gobernado como una tierra de ocupación, por militares y bajo estado de excepción.

De la secesión de este Distrito del Sur en 1830 surge el Estado del Ecuador. La secesión fue un trámite administrativo que derivó en la convocatoria a una Asamblea Constituyente que eligió a un venezolano como el primer presidente del Estado y dictó una Constitución que consideraba que el Ecuador era un Estado que se “une y confedera con los demás Estados de Colombia, para formar una sola Nación con el nombre República de Colombia”. Esta propuesta de confederación fracasó, porque ninguno de los otros Estados le hizo caso al Ecuador. 

El gobierno del presidente venezolano derivó en 1834 a una guerra entre la Costa y la Sierra. La Costa (capital Guayaquil) tenía como su Jefe Supremo a Vicente Rocafuerte, mientras que la Sierra (capital Quito) lo tenía como su Jefe Supremo a José Félix Valdivieso. La batalla de Miñarica dirimió la guerra en enero de 1835. Triunfó la Costa y eso condujo a que Quito, como destaca el historiador quiteño Jorge Salvador Lara, cayera “en el absurdo de proclamar la muerte del estado ecuatoriano […]. En Tulcán, presididos por el general Matheu, decretaron la anexión a Nueva Granada; el odio político les llevó a traicionar sus ideales de siempre: la autonomía de Quito”. Mandaron un delegado a Bogotá, pero pasó la vergüenza de ser rechazado. 

Tras este devaneo, Quito fue aceptada de vuelta a la unión por las otras dos provincias. Vicente Rocafuerte convocó a una Asamblea Constitucional que dictó una Constitución que declaró por vez primera que el territorio del Ecuador era una república y eligió a Rocafuerte como su primer presidente.

La burocracia ecuatoriana y la teoría de la evolución

17 de noviembre de 2023

            Publicado en diario Expreso el viernes 17 de noviembre de 2023.

El 12 de febrero de 1832, el Estado del Ecuador tomó posesión del archipiélago de Colón, hoy conocido como las islas Galápagos. En aquel entonces, la anexión por el Ecuador de un archipiélago de 8.010 kilómetros cuadrados a casi 1.000 kilómetros de distancia del continente no molestó a ninguno de los países americanos (ni al Reino Unido, que a inicios del año siguiente se anexó las islas Malvinas), pues se lo reputaba de nulo valor. El primer Gobernador del nuevo territorio fue José Villamil, luisianés afincado por muchos años en Guayaquil. A instancias de su entusiasmo e intereses comerciales es que se procedió a la anexión del archipiélago en 1832.

Entre el 15 de septiembre y el 20 de octubre de 1835 el archipiélago ecuatoriano recibió la visita de un barco justamente famoso: el bergantín “HMS Beagle”, cuyo capitán era Robert Fitz-Roy y cuyo naturalista era Charles Darwin, quien se haría mundialmente famoso el año 1859 por la publicación de un libro titulado “El origen de las especies”. No los pudo recibir el Gobernador Villamil, por estar ausente; se ocupó de su recepción el Vicegobernador, el noruego Nicholas Oliver Lawson (nacido en 1790 en la isla de Sekken como Nicolai Olaus Lossius)

Cuando visitó el archipiélago, Darwin contaba 26 años y el viaje en el Beagle era su primer viaje (que también fue su único: Darwin nunca más volvió a salir de Inglaterra). Por su parte, Lawson tenía 44 años y era un marino experimentado, gran viajero y muy conocedor de las islas en las que actuaba como el reemplazo del Gobernador. 

El 25 de septiembre de 1835, Lawson invitó a cenar al capitán Fitz-Roy y al naturalista Darwin. Fue en la conversación durante esta cena, que Lawson refirió a Darwin que él “podía distinguir la isla a la que pertenecía una tortuga apenas se la presentaban”, pues sus formas variaban de una isla a otra. En aquel entonces, Darwin no le prestó atención a esta afirmación. 

Ello, porque en aquel entonces Darwin todavía era un creacionista y las distintas especies de tortugas podían explicarse por haber llegado transportadas por bucaneros desde el océano Índico. Sin embargo, la afirmación del burócrata ecuatoriano Lawson le haría mucho sentido a Darwin años después. Así lo consignó en la segunda edición de su “Diario del viaje de un naturalista alrededor del mundo”, publicada en 1845:

“Hasta ahora no he indicado el rasgo más notable de la Historia Natural de este archipiélago, y es que las diferentes islas, en una extensión considerable, están habitadas por conjuntos diferentes de seres. El vicegobernador, Lawson, me llamó la atención sobre este hecho, manifestándome que había notables diferencias entre las tortugas de las diversas islas, y que podía discernir con toda seguridad la isla de donde procedía cada una. Por algún tiempo no presté gran atención a este aserto…”.

De esta forma, Nicholas Oliver Lawson, funcionario público del naciente Estado ecuatoriano y atento observador, contribuyó a construir la teoría de la evolución en la cabeza de Charles Darwin. Esta debe ser la mayor contribución de un burócrata ecuatoriano a la historia de las ideas.

Nicholas Lawson (Nicolai Lossius) murió en Valparaíso el 1 de mayo de 1851, a la edad de 60 años.

El día de la libertad

10 de noviembre de 2023

            Publicado en diario Expreso el viernes 10 de noviembre de 2023.

El 9 de octubre de 1820 fue el día de la independencia de Guayaquil, pero ese día 9 no fue el día de su libertad. Al menos, tal era la opinión de la Junta que la gobernaba, compuesta por José Joaquín Olmedo, Rafael Ximena y Francisco María Roca. Ellos tenían razón para celebrar el 8 de noviembre de 1820 como el día de la libertad de Guayaquil. 

El 8 de noviembre de 1820 se reunieron en esta ciudad 57 representantes de un total de 27 pueblos de la provincia de Guayaquil, territorio de alrededor de 50.000 kilómetros cuadrados que abarcaba un espacio que hoy corresponde a cinco provincias: Guayas, Manabí, Los Ríos, El Oro y Santa Elena (16 representantes concurrieron por la ciudad de Guayaquil). 

El propósito de la reunión de estos representantes fue aprobar un “reglamento provisorio de gobierno”, instrumento que debe ser reconocido como la primera Constitución que se otorgó un territorio independiente de España en lo que hoy es la República del Ecuador. Su artículo primero empezaba así: “La provincia de Guayaquil es libre e independiente…”. Y su artículo siguiente declaraba a la provincia “en entera libertad para unirse a la grande asociación que le convenga de las que se han de formar en la América del Sur”. Esta Constitución se aprobó el sábado 11 de noviembre de 1820 y es fama que la redactó Olmedo.

El 26 de octubre de 1821 la Junta de Gobierno de Guayaquil decretó que se debía recordar y conmemorar el 8 de noviembre de 1820 como el día de la libertad de Guayaquil porque, tal como se indicaba en el decreto: “Después de proclamada nuestra independencia no podíamos llamarnos libres, hasta aquel día en que vencidos dignamente los escollos que presentan siempre las revoluciones en su principio, pudo reunirse la representación de la Provincia, que es el más precioso de los derechos sociales, y el privilegio más noble de los pueblos libres. Este memorable día fue el 8 de Noviembre de 1820…”.

Ese memorable día, destacó el decreto, fue cuando “por primera vez pronunció libremente su voluntad el pueblo de Guayaquil, y puso los cimientos de su voluntad política”, por lo que la Junta de Gobierno presidida por Olmedo ordenó que el 8 de noviembre sea “celebrado en la Capital y en todos los pueblos de la provincia” con “una misa de acción de gracias al Ser Supremo”, con “salva general, repique, e iluminación”, y con la siguientes inscripción que debió constar en la Sala Capitular del Cabildo, escrita en grandes caracteres:

“GUAYAQUIL INDEPENDIENTE EN 9 DE OCTUBRE 

GUAYAQUIL LIBRE EN 8 DE NOVIEMBRE DE 1820”

Por este decreto se puede aquilatar la importancia que los hacedores de la independencia le otorgaron al 8 de noviembre de 1820. Mientras que el 9 de octubre era una manifestación de fuerza de un pequeño grupo de valientes, el 8 de noviembre representaba el vigor de la ley, una expresión de la voluntad general, un ejercicio de la razón.

Dentro de este marco jurídico, la Junta de Gobierno funcionó por 609 días hasta que en julio de 1822 llegó Simón Bolívar en compañía de 1.300 soldados colombianos y decidió (manu militari) cesar a la Junta, poner fin a la autonomía guayaquileña y convertir a la provincia en el extremo meridional de la República de Colombia. 

La resistencia payanesa

3 de noviembre de 2023

            Publicado en diario Expreso el viernes 3 de noviembre de 2023.

La batalla que ostenta el curioso nombre de “batalla de la tarabita de México” (también tiene uno más convencional: “batalla de Funes”) fue la primera que libraron los quiteños a raíz de su revolución del 10 de agosto de 1809. 

En el Acta que se suscribió aquel día de agosto, los firmantes manifestaron su intención de atraer a su experimento de gobierno (la “Junta Suprema de Quito”) a los representantes de las provincias de “Guayaquil, Popayán, Pasto, Barbacoas y Panamá, que ahora dependen de los Virreinatos de Lima y Santa Fe”. Lo intentaron primero por las buenas, con documentos y emisarios, pero los resultados fueron contrarios a sus expectativas.

Y luego por las malas, porque no tardaron entonces los quiteños en tentar la suerte de las armas. Los rebeldes quiteños incursionaron en los Pastos, territorio de la Gobernación de Popayán, el 28 de septiembre de 1809 y ocuparon Túquerres, Guachucal y Cumbal.  Dos días después los quiteños ocuparon Ipiales y bloquearon el camino a Barbacoas, lo que motivó un escrito del Comandante payanés Gregorio Angulo dirigido a un jefe de los quiteños, donde le preguntaba: “¿De dónde pues ha tenido Ud. el consejo de introducirse a territorio ajeno, como si fuese un conquistador autorizado?” Y lo conminaba de inmediato a desocupar “la provincia de los Pastos sin pretender subyugarlo con la suposición de ser poderosa una fuerza débil, rodeada de los gobiernos y virreinatos, que podrán reducirla a polvo”. 

Era mucho el temerario valor de los rebeldes quiteños, pues la composición de sus fuerzas no resultaba muy halagüeña, según el historiador Roberto Andrade: “El ejército de la Junta [de Quito], era un cuerpo de artesanos y labriegos que por primera vez ensayaban cargar y descargar un fusil o cañón, y manejar una lanza […] bajo las órdenes de capitanes tan bisoños como los soldados de que se componían”. Pero avanzaron los quiteños en el territorio payanés y llegaron el 13 de octubre al filo de una cuchilla, en cuyo fondo discurre el río Guáitara.

No pudieron cruzar la cuchilla, porque en previsión de la llegada de los quiteños los payaneses habían cortado la tarabita que habilitaba su cruce (llamada “tarabita de México”). 

Entonces los quiteños acamparon en las cercanías de la cuchilla. La madrugada del 16 de octubre de 1809, los payaneses comandados por el capitán Miguel Nieto cruzaron a nado el río Guáitara, pasando al otro lado de la cuchilla y sorprendiendo a los quiteños, a quienes tras una breve lucha, sometieron y dispersaron sin dificultad. El parte del capitán Nieto a su superior le refiere la captura de 108 prisioneros hombres y ocho mujeres con dos hijos, además de un número indeterminado de muertos “por haber muchas concavidades y peñascos en el campo de batalla”.

Sufrieron dos derrotas más en Sapuyés y Cumbal en los días subsiguientes, y los quiteños fueron forzados a irse por donde habían venido. La resistencia payanesa fue efectiva.

Pasaron un total de 76 días para que caiga su experimento de gobierno. El 24 de octubre de 1809, los rebeldes quiteños capitularon ante el Conde Ruiz de Castilla, y así le devolvieron el poder a la misma persona a quien se lo habían quitado el 10 de agosto que originó todo esto.