Paradoja de Velasco Ibarra

11 de octubre de 2024

            Publicado en diario Expreso el viernes 11 de octubre de 2024.

Nadie en la historia del Ecuador ha sido tan aclamado y exitoso como líder democrático, como el quiteño José María Velasco Ibarra (1893-1979). También: Nadie en la historia del Ecuador intentó tantas veces ser dictador y tantas veces con éxito, como él. 

Entre las décadas de los treinta y los setenta, Velasco Ibarra fue la figura estelar de la cartelera democrática. Participó en cinco elecciones para la Presidencia de la República y fue elegido en cuatro oportunidades (únicamente perdió la elección de 1940, frente a Carlos Arroyo del Río). Por la vía democrática, nadie ha sido elegido tantas veces como él.

En su primera elección para la Presidencia de la República, en diciembre de 1933, Velasco Ibarra triunfó. Empezó su administración el 1 de septiembre de 1934 y la concluyó el 20 de agosto de 1935, cuando se precipitó “sobre las bayonetas” según su propio decir. Fue la primera vez que buscó la dictadura, la única en que fracasó en el intento.

La segunda vez que Velasco Ibarra ejerció la Presidencia de la República no llegó por la vía electoral pues en su segunda elección popular perdió frente a Carlos Arroyo del Río, quien no terminó su período porque se lo impidió la Revolución Gloriosa de mayo de 1944, que lo condujo a Velasco Ibarra a la Jefatura Suprema y, después, a la Presidencia de la República, bajo la consigna “Todo el poder a Velasco”.

Fruto de la Revolución Gloriosa se organizó una Asamblea Constitucional que designó el 10 de agosto de 1944 presidente a Velasco Ibarra y que produjo en marzo de 1945 una Constitución. A Velasco Ibarra le disgustó la idea de gobernar co esta Constitución, por lo que el 30 de marzo de 1946 tentó la dictadura nuevamente. Esta vez con éxito. 

Como dictador, Velasco Ibarra convocó a una nueva Asamblea Constitucional, que lo volvió a designar a él presidente el 10 de agosto de 1946 y que produjo a fines del año 1946 otra Constitución, que sí fue del agrado del dictador. Velasco Ibarra gobernó hasta que el golpe de Estado del coronel Mancheno Cajas lo obligó a renunciar el 23 de agosto de 1947.

La siguiente presidencia de Velasco Ibarra, entre 1952 y 1956, fue el fruto de una elección popular celebrada en junio de 1952 y fue el único período que Velasco Ibarra logró concluir en su dilatada vida política. 

La tercera vez que fue elegido presidente por elección popular fue en junio de 1960. Empezó a gobernar el 1 de septiembre de aquel año y concluyó su período por un golpe de Estado militar el 7 de noviembre de 1961. 

La cuarta y última vez que Velasco Ibarra fue elegido presidente por la vía electoral fue en junio de 1968. Volvió a tentar la dictadura, nuevamente con éxito. El 22 de junio de 1970, Velasco Ibarra se declaró dictador y gobernó por poco menos de dos años. El 15 de febrero de 1972 los militares lo sacaron del poder en un golpe de Estado que pasó a la historia como el “Carnavalazo”.

En materia de dictadura, Velasco Ibarra la intentó tres veces (líder máximo de la categoría) y consiguió ser dictador en dos oportunidades (más que cualquiera).

El saldo de cinco décadas de vida política arroja la paradoja de Velasco Ibarra: el más exitoso líder democrático del Ecuador es el mayor practicante de la dictadura. 

República de Guayaquil

4 de octubre de 2024

            Publicado en diario Expreso el viernes 4 de octubre de 2024.

Entre el 9 de octubre de 1820 y el 13 de julio de 1822, Guayaquil vivió una forma de gobierno independiente y republicana. “Por Guayaquil independiente” es el indiscutible lema inscrito desde 1820 en nuestro escudo. El Guayaquil republicano, empero, merece unas precisiones.

Que Guayaquil haya sido una república fue consecuencia de nuestra independencia. Tras el 9 de octubre, toda vez que se rompió el vínculo con el Reino de España, se sustituyó a la monarquía (el gobierno de uno, el rey) por una república autogobernada. 

Este autogobierno tomó forma con la reunión en Guayaquil de un Colegio Electoral integrado por representantes de 27 pueblos de la provincia (un territorio de alrededor de 50.000 kilómetros cuadrados; toda la Costa, menos Esmeraldas). Este órgano representativo, reunido entre el 8 y el 11 de noviembre de 1820, aprobó las normas (el Reglamento Provisorio de Gobierno, nuestra pequeña Constitución) para administrar el territorio de la Provincia Libre de Guayaquil. En estas normas se estableció una división de los poderes del Estado y se reguló una milicia para la liberación de los territorios vecinos, en su mayor parte todavía gobernados por España.

El Poder Ejecutivo era de carácter electivo y residió “en tres individuos elegidos por los Electores” (Art. 4). Para integrar la Junta de Gobierno que debió gobernar los destinos de la Provincia Libre de Guayaquil hasta la designación de sus reemplazos por la representación provincial, el Colegio Electoral designó a Rafael Ximena, Francisco María Roca y José Joaquín Olmedo.  

El Poder Legislativo (la representación provincial) “se convocará por el Gobierno cada dos años en el mes de octubre, o antes si la necesidad lo exigiese” (Art. 19). El Poder Judicial se desarrolló en los artículos del 11 al 15 para administrar justicia “en lo civil y criminal” (Art. 11). 

En 1820 ocurrió que un territorio de la América del Sur (uno más) rompió con la administración de la monarquía española para pasar a ser administrado, primero, por sus propias normas, con un régimen de separación de poderes y, segundo, por sus propias autoridades, de forma electiva y periódica. Con este antecedente, se debe concluir que Guayaquil, por la fuerza del 9 de octubre y, sobre todo, por el derecho del 8 de noviembre, se organizó como una república. Y subsistió como tal por casi dos años. 

Guayaquil fue una república generosa y de carácter libertario. No buscó (como ocurrió en 1809) imponer una primacía de la provincia sobre las provincias vecinas. Por contraste, luchó por su independencia del Reino de España. Organizó una milicia (la “División Protectora de Quito”) y subió la montaña para combatir por la liberación de los quiteños. Hijos de esta ciudad pelearon en el volcán Pichincha, el 24 de mayo de 1822, para cumplir ese objetivo. En conjunto con otros americanos (y europeos), lo consiguieron.

El episodio del Guayaquil republicano concluyó el 13 de julio de 1822, cuando el Secretario del Presidente Simón Bolívar le comunicó a la Junta de Gobierno de Guayaquil que había cesado en sus funciones (1.300 soldados colombianos acantonados en la ciudad respaldaban esta idea). Unos días después, se anexionó la provincia a Colombia. 

182 varones

27 de septiembre de 2024

            Publicado en diario Expreso el viernes 27 de septiembre de 2024.

Rocafuerte, García Moreno y Alfaro: tres héroes políticos del siglo diecinueve (en el caso de Alfaro, hasta entrado el siglo veinte). El dato curioso: ninguno llegó a la presidencia por la voluntad popular.

Rocafuerte ocupó la presidencia por un único período, entre 1835 y 1839. Su período de gobierno fue consecuencia de haber triunfado su ejército en la batalla de Miñarica, el 19 de enero de 1835. El triunfo en esta primera guerra civil entre ecuatorianos produjo la reunión de una Asamblea Constitucional, la primera que estableció en la Constitución que el Ecuador era una república y ya no parte de una tan deseada como extraviada confederación. Esa Asamblea, el 8 de agosto de 1835 y por 25 votos (de 39 posibles) lo designó a él Presidente de la República.

García Moreno ocupó la presidencia en dos períodos no consecutivos, primero entre 1861 y 1865, después entre 1869 y 1875. Su primera presidencia surgió como fruto de la guerra civil de 1859-1860 y tras la organización de una Asamblea Constitucional, que dictó la sexta Constitución de la República del Ecuador y que lo designó a él, el 2 de abril de 1861 y por 37 votos (todos los diputados, menos uno) Presidente de la República.

La segunda presidencia de García Moreno ocurrió por un golpe de Estado. Para evitar que en las elecciones a celebrarse en mayo de 1869 triunfe la opción liberal que Francisco Xavier Aguirre representaba, García Moreno produjo un Golpe de Estado el 17 de enero de 1869. Convocó una nueva Asamblea Constitucional, que dictó una nueva Constitución (la séptima). Esta Asamblea lo designó Presidente de la República, el 9 de agosto de 1869 y por 28 votos (de 30 posibles). El magnicidio del 6 de agosto de 1875 concluyó con su período presidencial, cuatro días antes de terminar el período.

Alfaro también ocupó la presidencia en dos períodos no consecutivos, primero entre 1897 y 1901, y después entre 1906 y 1911. La primera presidencia de Alfaro surgió como fruto de una guerra civil en la que triunfó la revolución liberal y se convocó a una Asamblea Constitucional, que elaboró la décima Constitución de la República del Ecuador y lo designó a Alfaro Presidente de la República el 17 de enero de 1897, por 51 votos (de 63 posibles). 

La segunda presidencia de Alfaro se originó por un golpe de Estado. El 31 de diciembre de 1905, el presidente Lizardo García recibió un telegrama en el que se le deseaba un feliz año y se le informaba de una insurrección que proclamaba Jefe Supremo a Alfaro. En cosa de veinte días, el golpe de Estado estaba consolidado. Luego, lo típico: una Asamblea Constitucional, que dictó una nueva Constitución (la décimo primera de la república) y que lo designó Presidente de la República a Alfaro el 23 de diciembre de 1906, con 41 votos (de 60 posibles). Lo que empezó con un golpe de Estado, concluyó con otro, consumado el 11 de agosto de 1911, que lo sacó a Alfaro al exilio veinte días antes de que concluya su período.  

En resumen, tres presidentes relevantes de nuestra historia y un total de cinco períodos de gobierno, pero en ninguno de ellos se llegó a ocupar el cargo por la voluntad popular directa (en cinco asambleas de representantes, los votaron 182 varones).

El diezmo

20 de septiembre de 2024

            Publicado en diario Expreso el viernes 20 de septiembre de 2024.

Un quiteño ilustre, Antonio Flores Jijón, fue el Presidente que terminó con el cobro del diezmo en el Ecuador. Lo acompañó en ese proceso un Papa, León XIII. 

El diezmo era un impuesto para sostener la religión católica que se cobraba a la producción agrícola y pecuaria, establecido desde 1501 por la bula Eximiae devotionis sinceritas del Papa Alejandro VI. Seguía vigente casi cuatrocientos años después.

El Presidente Flores Jijón gobernó entre 1888 y 1892. Hijo de Juan José Flores, nació en 1833 en el Palacio de Carondelet. Estudió en Europa, se graduó de abogado en la Universidad de San Marcos, fue autor de varios libros y artículos de opinión. Versado en varios idiomas, diplomático en muchos países (entre ellos Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos), él era un convencido de que el cobro del diezmo debía terminar. 

El Ecuador era el último de la fila: el diezmo ya no se lo cobraba en los demás países. Según un diputado a la Convención Nacional que adoptó la Constitución de 1884: “las naciones todas han suprimido los diezmos de sus códigos; y ¿será posible que el Ecuador continúe conservándolo?”. El diezmo se lo abolió en Costa Rica y Guatemala tan temprano como en 1852, en Colombia en 1853, en Perú en 1859… Pero treinta años después, seguía vigente en el Ecuador y constituía (desde hacía mucho rato) una notoria desventaja comparativa para el desarrollo económico del país. 

Flores Jijón era un “defensor enérgico” de su abolición según dijo al iniciar su gobierno en su Mensaje a la Nación, dado en la Catedral de Quito el 17 de agosto de 1888, al punto de haber escrito un “Memorándum sobre la abolición del diezmo en la República del Ecuador” que “por instancias de la Santa Sede le he presentado a Ella misma, y que se ha impreso de orden Suya en el Vaticano”.

Esta relación tan cordial y propositiva se debió a que Flores Jijón era cercano a Vincenzo Giaocchino Pecci, conocido como León XIII. Este Papa envió al Ecuador a un Delegado Apostólico, Giuseppe Macchi, para transmitir la anuencia papal a la negociación para sustituir el diezmo a través de un convenio adicional al Concordato, que era la norma que desde 1862 regulaba las relaciones entre el Ecuador y la Santa Sede.

Por este convenio se terminó en 1890 el cobro del diezmo, pero para ser sustituido por un impuesto del tres por mil sobre los predios rústicos (a excepción de propiedades con valores menores a cien sucres, huertas de cacao y edificios de fondos rústicos), exclusivamente destinado a sostener la religión católica. Un Congreso Extraordinario decretó el 8 de agosto de 1890 la aprobación del convenio adicional que había sido firmado en Roma el 9 de marzo de 1890 por el representante del Presidente del Ecuador, Leónidas Larrea, y el Secretario de Estado del Papa, el cardenal Mariano Rampolla.

Así, el diezmo se lo abolió el año 1890 (es decir, se eliminó una carga discriminatoria a los productores agrícolas y pecuarios), pero el Estado del Ecuador seguía financiando a la iglesia. Esta situación únicamente concluyó con un decreto que derogó el impuesto del tres por mil y que declaró como voluntario cualquier pago que se haga a la iglesia, firmado por el general Eloy Alfaro en octubre de 1898.

El relato extraviado

13 de septiembre de 2024

            Publicado en diario Expreso el viernes 13 de septiembre de 2024.

En el Ecuador, como en otros Estados que surgieron en América en el siglo XIX, se forjó un relato histórico para contribuir a desarrollar la incipiente nacionalidad.  

A diferencia de otros Estados, en el caso ecuatoriano este relato fue deficiente. Una parte de esta deficiencia se podría explicar por el origen del relato histórico escogido, que está basado en dos errores de bulto.

La historiografía oficial (Academia Nacional de Historia mediante) quiere que el origen del relato histórico ecuatoriano empiece con un primer grito de independencia ocurrido en Quito el 10 de agosto de 1809.

El primer error de ese relato histórico es tomar la parte por el todo. Lo que ocurrió en 1809 fue una acción quiteña emprendida contra los territorios que conformaron, años después, el Estado del Ecuador. En 1809, la Junta de Gobierno que se instituyó en Quito quiso imponer su primacía a las autoridades de las provincias vecinas de Cuenca y Guayaquil. Su reacción (también la de Popayán) fue rechazar de manera rotunda la propuesta quiteña, guerrearla y volverla un pronto fracaso.  

Es decir, lo ocurrido en 1809 es realmente la acción de una parte (Quito) que motivó la reacción violenta de las dos otras partes (Guayaquil y Cuenca) que conformaron el Estado del Ecuador en 1830. No sirve como una celebración para todo el Ecuador (a mayor inri, en 1809 el Estado del Ecuador no existía ni como idea).

Pero el hecho de que Quito no haya podido persuadir a nadie, no la arredra a Quito: ella supone que los otros territorios se equivocaron en no hacerle caso a su llamado a la independencia. De su rotundo fracaso en persuadir a otros, Quito hace un timbre de orgullo. 

Y este es el segundo error, porque no hay tal llamado a la independencia. En rigor, se trata de la conocida falacia post hoc ergo propter hoc, que consiste en atribuirle a un hecho posterior ser la consecuencia de uno que ocurrió antes. En este caso, consiste en atribuir el hecho de la independencia a un hecho que nunca la buscó.

Con tantos estudios sobre el tema publicados desde los años noventa (de François-Xavier Guerra, de Manuel Chust, de Antonio Annino, de Federica Morelli, entre muchos otros), hoy es incontrovertible que lo ocurrido en Quito en 1809 no fue un movimiento independentista. Lo que se buscó en aquel entonces fue romper la sujeción de Quito al Virreinato de Santafé y empezar a administrar de manera autónoma su territorio, pero siempre formando parte del Reino de España.   

Como Quito había sufrido unas considerables mermas de su territorio en los años previos a 1809, su objetivo fue reconstituir (y administrar por cuenta propia) esos territorios perdidos. Sea dicho con palabras de Federica Morelli: “El principal objetivo de la junta quiteña de 1809 no fue, por lo tanto, la independencia de España sino la reconstitución de un territorio que había sufrido una desarticulación mucho antes de la crisis de 1808”.

Así, lo que cuenta la historiografía oficial (Academia Nacional de Historia mediante) no es una historia, es un extravío.

Y ya tomándose los hechos en serio, la historia de la independencia de los territorios que conformaron en 1830 el Estado del Ecuador empezó en Guayaquil el 9 de octubre de 1820. 

Los muros

6 de septiembre de 2024

            Publicado en diario Expreso el viernes 6 de septiembre de 2024.

La primera enmienda a la Constitución de los Estados Unidos de América, aprobada el 15 de diciembre de 1791 y vigente todavía casi 233 años después, dice lo siguiente: “El Congreso no hará ley alguna por la que adopte una religión como oficial del Estado o se prohíba practicarla libremente”.

Thomas Jefferson, el autor de la Declaración de la Independencia de los Estados Unidos de América del reino de la Gran Bretaña y el tercer presidente de la primera república americana, escribió en carta fechada el 1 de enero de 1802 (mientras era el presidente, durante su primer período) dirigida a una asociación de bautistas (variante de la confesión protestante) de la ciudad de Danbury, una frase que se ha convertido en la más célebre caracterización de la primera enmienda aprobada a la Constitución. En dicho documento del año 1802, Jefferson escribió que, tras la aprobación de la primera enmienda a la Constitución por el Congreso el año 1791, se había erigido “un muro de separación entre la iglesia y el Estado”.

Desde 1791 se aplica en los Estados Unidos de América este “muro de separación” que significa una clara protección del Estado a la diversidad de religiones y un contundente rechazo a la adopción por el Estado de una religión oficial. Por contraste, en 1869 en la República del Ecuador (casi 80 años después de la primera enmienda estadounidense) se erigió un muro, con un propósito totalmente opuesto.

En 1869, la República del Ecuador adoptó su séptima Constitución. El gobernante de ese entonces (elevado al poder por un golpe de Estado de enero de ese año), Gabriel García Moreno, explicó en un mensaje dirigido a los diputados a la Convención Nacional los objetos principales de la Constitución que ellos estaban redactando: 

“el primero poner en armonía nuestras instituciones políticas con nuestras creencias religiosas; y el segundo, investir a la autoridad pública de la fuerza suficiente para resistir a los embates de la anarquía (...). Entre el pueblo arrodillado al pie del altar del Dios verdadero y los enemigos de la Religión que profesamos, es necesario levantar un muro de defensa, y esto es lo que me he propuesto y lo que creo esencial en las reformas que contiene el Proyecto de Constitución”.

Este “muro de defensa” de García Moreno tomó forma en el artículo 9 de la Constitución, que obligó al Estado ecuatoriano a proteger la religión católica “con los derechos y prerrogativas de que debe gozar según la ley de Dios y las disposiciones canónicas”, y en su artículo 10, que llegaba al extremo de supeditar la condición de ciudadano a la profesión de la fe católica. Por supuesto, a la religión oficial del Estado ecuatoriano, los “poderes políticos” estaban obligados a hacerla respetar “con exclusión de cualquier otra”. Esta Constitución pasó a la historia con el remoquete de “Carta Negra”.

El muro de Thomas Jefferson sigue en pie, 222 años después de formulado. El muro que erigió García Moreno en 1869, no duró ni diez años. En 1878, una nueva Constitución lo derrumbó (en sus extremos, pues la religión católica seguía siendo la oficial del Estado). 

Un muro en pie, el otro caído. El resultado es un testimonio del triunfo de las luces y de la civilización.

Ganó Rocafuerte

30 de agosto de 2024

            Publicado en diario Expreso el viernes 30 de agosto de 2024.

Los hombres adinerados cuyos ejércitos, comandados por forasteros (general venezolano para el ejército de la Costa, general novogranadino para el ejército de la Sierra), se enfrentaron en Miñarica en enero de 1835, tenían ideas muy distintas sobre las relaciones entre la religión y el Estado.

Para el costeño e ilustrado Vicente Rocafuerte, la exclusión por el Estado de todo otro culto público que no sea el católico era “contrario a la ilustración del siglo XIX y perjudicial a los intereses de la República” porque “embaraza cualquier proyecto de colonización europea, que solo puede realizarse, apoyándose en la base de la libertad de cultos, sin la cual no puede haber libertad política. Este es un hecho que no se oculta al que observa lo que pasa en el mundo. Las naciones que no admiten en su seno la libertad de cultos, son más atrasadas en luces y civilización”.

Por contraste, para el serrano y ultramontano José Félix Valdivieso era “un error pensar que aquí tenemos religión dominante. No conocemos más que una sola y siendo ésta la única verdadera, excluye a toda otra y no permite el culto público y dogmatizante de las demás”. Y dejaba, además, muy en claro su vocación por el atraso: “he formado mi opinión y no estaré en esta parte por lo que llaman las luces del siglo”.

En la guerra civil que se dirimió en los arenales de Miñarica, triunfó el ilustrado Rocafuerte. Pero en casi todo lo que restó del siglo fueron las ideas conservadoras de Valdivieso las que dominaron en el Ecuador.

Durante diez constituciones del siglo XIX, desde la de 1830 hasta la de 1884, el Estado protegió a la religión “católica, apostólica romana, con exclusión de cualquier otra”. Entre estas constituciones que declararon la primacía excluyente del catolicismo, destacó la del año 1869, obra del celo conservador de García Moreno. 

En esta Constitución se llegó hasta el extremo, en su artículo 10, de supeditar la condición de ciudadano ecuatoriano a la profesión de la fe católica y, en su artículo 9, de conservar a la religión católica “con los derechos y prerrogativas de que debe gozar según la ley de Dios y las disposiciones canónicas”.

Recién en la primera Constitución liberal de 1897 se adoptó un artículo que impuso al Estado una obligación de respeto a la diversidad de las creencias religiosas, en los siguientes términos: “El Estado respeta las creencias religiosas de los habitantes del Ecuador y hará respetar las manifestaciones de aquéllas” (Art. 13). Sin embargo, el Estado seguía teniendo como religión “la católica, apostólica, romana” (Art. 12).

Hubo que esperar al siglo XX, a la Constitución de 1906, para que tengamos un Estado no confesional. En el artículo 26 numeral 3 estableció la garantía del Estado para “la libertad de conciencia en todos sus aspectos y manifestaciones” y omitió toda referencia a una religión oficial. Ya en el siglo XXI, la Constitución adoptada el 2008 consagró en su artículo 1, entre los principios fundamentales del Estado, ser un Estado “laico”.  

A la larga ganó Rocafuerte, tanto en el campo de batalla de Miñarica, como en el campo de las ideas. En lo segundo, ello ocurrió con el retraso inherente a una sociedad tan afecta a la oscuridad. 

¡Mueran los tres pesos!

23 de agosto de 2024

            Publicado en diario Expreso el viernes 23 de agosto de 2024.

Esta es la conclusión del libro de Mark van Aken, ‘El rey de la noche’, sobre Juan José Flores: “Con la perspectiva que da el tiempo, nos es relativamente fácil diagnosticar los males que sufría el Ecuador: rivalidades regionales, atraso económico, corrupción e injusticia social. (…) No podemos atribuir a Juan José Flores el mérito de haber encontrado una solución a los problemas del Ecuador, pero, teniendo en cuenta las enormes dificultades del empeño, no asombra su fracaso”.  

Un testimonio de estas “enormes dificultades” es la reforma fiscal que intentó Flores en su tercera presidencia (también lo intentó en su primera presidencia y también sin éxito). En 1843, Flores se sentía fuerte: había sido nombrado Presidente de la República en marzo por una Asamblea Constitucional de adictos suyos, que le elaboró una Constitución a su medida, con un período presidencial de ocho años. Flores pensaba gobernar hasta 1851.

Apenas iniciado su período, el presidente Flores planteó una reforma fiscal que fue aprobada por la legislatura y que consistió en crear una contribución general de tres pesos y medio que la debía pagar todo hombre adulto, so pena de su reclutamiento en el ejército en caso de negarse a ello. 

Desde su nacimiento en 1830, el Ecuador arrastraba un permanente déficit económico y esta contribución de los ecuatorianos era una forma de tratar de equilibrar la balanza y de cumplir con los pagos atrasados. En rigor, la reforma no era otra cosa que la extensión a la población blanca y mestiza del Ecuador del impuesto que era pagado por los indígenas desde los tiempos de la conquista, llamado ‘contribución personal de indígenas’. Según Mark van Aken, “el programa de contribuciones que Flores proponía era equilibrado y humanitario, especialmente en lo que afectaba al sobrecargado indígena”. 

Pero en una sociedad pigmentocrática (es decir, una que clasifica las personas según su color de la piel y las trata en consecuencia), esta extensión a la población blanca y mestiza del cobro de una contribución que se estimaba propia de los indígenas, se consideró como una degradación que igualaba a los blancos y a los mestizos con los oprimidos indígenas. Y entonces se la resistió bravamente a esta contribución por los blancos y mestizos de clase baja, principalmente en las poblaciones de la Sierra (más sensibles a esta igualación, por tener una mayor población indígena), al grito de “¡mueran los tres pesos!”.

El gobierno de Flores reprimió a los rebeldes y mató a unos cuarenta de ellos. Los rebeldes mataron a algún terrateniente (Adolfo Klínger, en Cayambe) y saquearon varias haciendas. Finalmente, Flores debió recular y desistir de la extensión de la contribución a los blancos y mestizos, quedando únicamente el impuesto de siempre para los oprimidos indígenas. (Y así se mantuvo hasta 1857).   

Al final de este viaje racista y violento, el Ecuador estaba peor que cuando se aprobó la reforma fiscal: no sólo ella había fracasado, sino que el erario nacional se encontraba más debilitado que antes por el costo de aplacar la rebelión.

En un país así constituido, no resulta entonces nada extraño que el presidente Flores haya fracasado. Le hubiera pasado a cualquiera.

Edificio en ruinas

16 de agosto de 2024

            Publicado en diario Expreso el viernes 23 de agosto de 2024.

En la Convención de Ambato de 1835 el primer Presidente de la República del Ecuador, el guayaquileño Vicente Rocafuerte, dirigió estas duras palabras a los diputados del pueblo ecuatoriano allí reunidos: “¿Existe entre nosotros esa pura moral de la que nace el espíritu público? Es duro decirlo, pero es preciso confesar que nó. ¿Estamos al nivel de las luces del siglo? Nó. ¿Hay comodidad, desahogo o instrucción en la masa del pueblo? Nó. Luego faltan los fundamentos en que debe apoyarse el edificio democrático”.

Casi dos siglos pasaron desde esa Convención que fundó una república, y los fundamentos de su “edificio democrático” han variado en la forma, pero no en el fondo. O al menos no para bien.

Hoy, el “edificio democrático” que refirió Rocafuerte en su alocución está corrompido (lo ha estado casi invariablemente desde aquel lejano 1835). En cuanto a las variaciones de forma, se convirtió a las elecciones en un proceso organizado por un órgano especializado (desde la aprobación de la Constitución de 1945) y se convirtió en obligatorio el voto de los ciudadanos (desde la aprobación de la Constitución de 1946). En lo de fondo, hoy, este órgano especializado no controla si la corrupción penetra en el proceso electoral. Y para legitimar la situación, se nos obliga a los ecuatorianos a sostener este sainete siniestro con el voto.

La preocupación del presidente Rocafuerte en 1835 era que los ecuatorianos no gozaban de las condiciones necesarias para hacer el bien a su Patria. Nuestra preocupación, casi dos siglos después, debe ser que el “edificio democrático” que se ha erigido en el Ecuador se ha asentado en un sistema electoral que permite que algunos ecuatorianos le hagan el mal a su Patria. 

Nuestro sistema electoral favorece la producción de este sainete siniestro. No impide que los movimientos y partidos políticos sean una mascarada sin asomo de ideología, ni que sus elecciones primarias sean una burla sin asomo de participación (salvo la gente como parte del decorado). Es decir, en el sistema electoral ecuatoriano no importa que los movimientos y partidos políticos hagan un sainete de la elección de las autoridades. Lo realmente grave, sin embargo, es que el sistema electoral está permitiendo ahora que ese sainete merezca la calificación de siniestro, pues se confiesa incapaz de controlar los fondos que ingresan para el financiamiento de los movimientos y partidos políticos. 

Esta falta de control en el financiamiento es siniestra, pues para nadie es desconocida la presencia e influencia en la sociedad ecuatoriana de los grupos de delincuencia organizada. Se han infiltrado en las instituciones, corrompido a sus autoridades y ocupado territorios en los que el Estado está vedado de intervenir, y se imponen por el terror o por la muerte. 

Que el Estado esté inerme frente a la posibilidad de que ellos financien las candidaturas de las autoridades, sólo nos augura un futuro siniestro, uno en que la misión básica del Estado de proteger a los habitantes de su territorio se subvierte para poner al Estado al servicio de quienes agreden a los habitantes de su territorio.

Casi dos siglos después, y estamos peor que como empezamos. Y conste que empezamos mal.

A celebrar el 13 de agosto

9 de agosto de 2024

            Publicado en diario Expreso el viernes 9 de agosto de 2024.

En la República del Ecuador, las autoridades del Estado conmemoran el 10 de agosto de 1809, pero realmente deberían conmemorar lo que pasó el 13 de agosto de 1835, es decir, mover la celebración tres días. 

Conmemorar el 10 de agosto es sostener, de manera oficial y con recursos del Estado, la pura fantasía de un primer grito de independencia (ni fue primero, pues lo antecedieron Montevideo, La Plata y La Paz; ni fue de independencia, pues fue un reclamo de autonomía dentro de la Monarquía Española). El 13 de agosto de 1835 tiene frente al 10 de agosto de 1809 la incomparable ventaja de estar asentado en un hecho positivo y real.

El 13 de agosto es la consecuencia de una guerra civil. El 19 de enero de 1835, en Miñarica, se enfrentaron dos ejércitos, comandados por forasteros. El ejército de la Costa, por un venezolano, Juan José Flores, y el ejército de la Sierra, por un novogranadino, Isidoro Barriga. Detrás de ellos, como los posibles beneficiarios de la victoria militar en esta guerra civil, dos terratenientes: por la Costa (la antigua provincia española de Guayaquil), el guayaquileño Vicente Rocafuerte; por la Sierra (la unión de las antiguas provincias españolas de Quito y Cuenca), el lojano José Félix Valdivieso. Triunfó el guayaquileño Rocafuerte.

Vicente Rocafuerte impuso en seguida la organización de una Convención Nacional que se reunió cerca de donde ocurrió el triunfo militar, en Ambato, entre junio y agosto de 1835. Esta Convención Nacional nombró al poeta guayaquileño José Joaquín Olmedo como su presidente y elaboró una nueva Constitución en reemplazo de la primera, que había sido aprobada en Riobamba y puesta en vigor en septiembre de 1830. 

En la Constitución de 1830, el Estado del Ecuador que se fundó ese año se consideraba a sí mismo como parte de la República de Colombia. El artículo 2 de dicha Constitución declaraba, diáfano: “El Estado del Ecuador se une y confedera con los demás Estados de Colombia para formar una sola Nación con el nombre de República de Colombia”. El Presidente de este Estado del Ecuador fue un extranjero, Juan José Flores. Y esta idea de confederarse con los otros Estados de Colombia fue un claro despropósito, que muy pronto cayó en saco roto.

En la siguiente Constitución, adoptada por la Convención Nacional reunida en Ambato en 1835, su artículo primero dejó atrás esta veleidad y declaró que el Estado del Ecuador era una república al fin: “La República del Ecuador, se compone de todos los ecuatorianos, reunidos bajo un mismo pacto de asociación política”. Esta Convención Nacional nombró como primer Presidente Constitucional de la República del Ecuador a una persona nacida en el territorio del Ecuador, el guayaquileño Vicente Rocafuerte. Para él, ocupar esta dignidad fue la corona del triunfador en la guerra civil. 

El 10 de agosto es una conmemoración de los hechos ocurridos en una provincia (Quito) que fueron combatidos por las otras dos provincias que compusieron el Ecuador desde 1830 (Guayaquil y Cuenca). En contraste, el 13 de agosto sí que conmemora un hecho nacional: aquel día que la unión de los ecuatorianos, con la entrada en vigor de la Constitución el 13 de agosto de 1835, compuso una república.

El 'pequeño género humano'

2 de agosto de 2024

             Publicado en diario Expreso el viernes 2 de agosto de 2024.

“Nosotros somos un pequeño género humano” escribió Simón Bolívar el 6 de septiembre de 1815, en una misiva al comerciante y súbdito británico Henry Cullen que pasó a la historia como la Carta de Jamaica. ¿Quiénes conformaban este “nosotros somos” del que habla El Libertador? ¿En nombre de quiénes él hizo su lucha por la independencia?

Simón Bolívar lo explica en su Carta de Jamaica. De su “nosotros somos”, él distingue claramente a quienes no lo conforman: “no somos indios ni europeos”. En seguida, él define al “pequeño género humano” del que se siente parte como “una especie media entre los legítimos propietarios y los usurpadores españoles”, es decir, entre los indios y los europeos que hicieron la conquista de la América en el siglo XVI. 

Esta “especie media” que dice Bolívar tiene sus particularidades. La diferencia entre ella y los europeos invasores era su lugar de origen (“siendo nosotros americanos por nacimiento”) mientras que su diferencia con los indios es que, siendo ambos americanos por nacimiento, los miembros del “pequeño género humano” del que se siente parte Bolívar sí gozan de los derechos que se arrogaron a sí mismos los europeos tras su conquista del territorio (“nuestros derechos [son] los de Europa”), derechos de los que los indios, por su condición de conquistados, estaban privados. 

La consecuencia que sacó Simón Bolívar en 1815 de esta singular situación (“el caso más extraordinario y complicado”, como lo consideraba en su prosa florida El Libertador) es que su “pequeño género humano” tenía entonces que pelear en dos frentes: por una parte, tenía que disputar los derechos de los europeos con los indios y, por otra, disputarle el dominio del territorio americano a los europeos. 

En rigor, la Carta de Jamaica postula el parricidio de los invasores europeos del siglo XVI, para sucederlos en su dominación del territorio americano. Así, la independencia del reino español fue el triunfo de una porción de los criollos (los pocos americanos con derechos), pero desde la perspectiva de los indios (los muchos americanos sin derechos), fue apenas un cambio de dominador. Por ellos se justificaría aquel grafito (seguro es invención) que se dice que fue escrito en Quito el primer día después de la independencia: “Último día de despotismo, y primero de lo mismo”. 

Otra vez una misiva de Bolívar, esta vez a un paisano venezolano, hombre de armas como él: Juan José Flores. El general Flores recibió una carta de Bolívar, escrita el 9 de noviembre de 1830, en la que él le explicaba a su “querido general” las penurias que iba a pasar en el Ecuador. Y para esta misiva volvió el “nosotros”, porque la primera lección que Bolívar le dice a Flores haber aprendido en la lucha por la independencia y en el gobierno de estos pueblos era: “1ro. La América es ingobernable para nosotros”. 

Para Bolívar, tras el fracaso de su gobierno, el destino implacable era caer “en manos de la multitud desenfrenada, para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos colores y razas”. 

En su tránsito de la ilusión al desencanto, además de Libertador de naciones, Bolívar resultó un agorero del desastre. Fue un visionario de la caída de su “pequeño género humano”.   

León y Larrea: la crítica de uno de los suyos

26 de julio de 2024

            Publicado en diario Expreso el viernes 26 de julio de 2024.

El artículo sobre la filosofía ecuatoriana en el libro ‘100 años de filosofía en Hispanoamérica’, escrito por Fernando Tinajero, describió la emergencia de una “ideología de la cultura nacional” a mediados del siglo pasado, la que se definía por la existencia de “una nación ‘natural’ que tenía una identidad inconfundible y sin fisuras y se expresaba por medio de una cultura cuyo vehículo indiscutible era la lengua castellana”. Tinajero no la considera “una ideología cualquiera, sino la de mayor y más larga vigencia en la sociedad ecuatoriana”.

En esta “ideología de la cultura nacional”, a los indios “no se los consideró un conjunto de pueblos distintos, dueños de identidades y culturas propias, sino una clase explotada cuyas condiciones de miseria los había convertido en un lastre que impedía el anhelado ‘progreso’”. Así, en el mejor de los casos, con este marco ideológico, “los indios podían ser objeto de una política de asimilación y blanqueamiento”. El riobambeño León y Larrea hubiera dicho que no, que el blanqueamiento era el problema.

En la Biblioteca Mínima Ecuatoriana, editada en 1960, el tomo “Prosistas de la Colonia” contiene un discurso de Juan de León y Larrea (a mayores señas un riobambeño blanco que vivió a fines del siglo dieciocho) en el que defiende a los indios mediante un ataque a los blancos. El discurso de León y Larrea se titula “Sobre la injusta dominación de los indios, es decir el maltrato que hacemos de estos individuos de nuestra misma naturaleza”.

Empieza por defender León y Larrea al indio de la acusación de embriaguez, no porque el indio no sea borracho sino porque el blanco es peor: “Los vinos generosos, las mistelas dulces, los rossolis, los ponches, las que llaman tumbagas, la chicha misma, se bebe a mares, ya se hace gala la embriaguez, ya no se ven por las calles sino hombres beodos, perdida la noble parte de la racionalidad”.

Sobre la acusación de ociosidad, además de desmentirla para el indio, León y Larrea se la imputa al blanco. Dice él: “Veamos ahora, las ocupaciones de los blancos: la mesa, el paseo, el baile, el juego, los espectáculos, son los más de los días su más seria ocupación, y muchos de ellos en menos, pues no hacen nada; proyectistas, elocuentes de boca, pero nada en la práctica”.

Y ya se jode la Francia cuando León y Larrea se refiere a los vicios del indio en los poblados de los blancos (porque en tiempos coloniales, los indios fueron reducidos a vivir en espacios diferenciados que pasaron a la historia como “república de los indios”) y dice que allí los indios “son voluptuosos, estos mienten y trampean, estos engañan, estos roban, pero, ¿por qué?”, y se responde que ello es por una razón obvia: “por la unión con los blancos. Por experiencia, los que no tienen tal comercio, los que viven en los retiros, en los páramos, son unos hombres sencillos, humildes, de buena ley, y con excelentes virtudes morales”. Según León y Larrea, son los blancos los que los pervirtieron.

Y, claro, fue el fruto de la conquista: cruzaron el Océano Atlántico para ocupar el territorio de los indios y convertirlos en mano de obra barata, al menos en la diáfana opinión de León y Larrea, al servicio de beodos y proyectistas.

Historia de tres ciudades

19 de julio de 2024

            Publicado en diario Expreso el viernes 19 de julio de 2024.

La ciudad de Guayaquil fue la primera capital de provincia y cabeza de una Gobernación, de entre las tres ciudades de igual naturaleza cuyos territorios conformaron en 1830 el Estado del Ecuador, que declaró su independencia del Reino de España. Lo hizo de una manera inequívoca (en el acta del cabildo abierto aquel día se escribió que ese era el día “primero de su independencia”) y ocurrió el 9 de octubre de 1820. 

Con el tiempo, la provincia de Guayaquil tuvo una bandera, un gobierno de representantes populares, su Constitución con división de poderes. Tras el 9 de octubre, varios pueblos de sus alrededores siguieron su ejemplo y se declararon independientes: Samborondón, Daule, Baba, Jipijapa, etc. 

Lo específico de Guayaquil fue que desde aquel 9 de octubre de 1820 jamás dejó de ser una ciudad independiente, hasta su ocupación militar encabezada por Simón Bolívar en 1822, quien decidió el 13 de julio de ese año que debía cesar el experimento republicano de nuestra ciudad.

Otra capital de provincia y cabeza de una Gobernación, Cuenca, se independizó el 3 de noviembre de 1820. Su independencia, empero, fue breve pues tras la batalla de Verdeloma, el 20 de diciembre de 1820, Cuenca volvió al Reino. Pasó todo el año 1821, hasta que el 21 de febrero de 1822 las fuerzas independentistas entraron en Cuenca desde el Sur, lo que provocó la huida de las fuerzas realistas. Cuenca recuperó su independencia y luego decidió su anexión a Colombia.

La tercera ciudad capital de provincia y cabeza de una Gobernación era Quito. Su situación era diferente, pues el episodio autonomista de los años 1809-1812 la había dejado a Quito exhausta y desprovista de su élite política, asesinada en la masacre del 2 de agosto de 1810 y en la represión realista de los años subsiguientes, clausurada con los últimos fusilamientos tras la batalla de Ibarra del 1 de diciembre de 1812. 

Un cronista de Quito, Luciano Andrade Marín, describió la angustiosa situación de la ciudad tras su episodio autonomista. Según él, los quiteños “quedaron postrados, desangrados y sometidos al más riguroso dominio español; sin maneras ya de sacudirse de él por sí mismos, sino esperando en la ayuda de alguien que los rescatara”.

Y llegaron en su rescate. Las fuerzas independentistas que entraron en Cuenca en febrero, llegaron en mayo a las faldas del volcán Pichincha y el 24 trabaron una batalla para tomar el bastión realista situado a los pies del volcán. Triunfaron los independentistas, con el general Sucre a la cabeza, y Quito pasó a pertenecer a Colombia de inmediato (al día siguiente del triunfo en Pichincha el tricolor colombiano flameaba en el Panecillo). 

A diferencia del período 1809-1812, cuando Quito constituyó una Junta de Gobierno y se declaró una Capitanía General del Reino de España (el 9 de octubre de 1810) y, con ello, experimentó un gobierno autónomo por un tiempo, durante el período 1820-1822 Quito no conoció el goce de un gobierno autónomo: pasó del sometimiento a una monarquía europea (el Reino de España) al sometimiento a una república sudamericana (la República de Colombia).

Historia de tres ciudades: una que fue independiente, otra que lo fue a ratos y la restante que no lo fue. 

La dominación extranjera

12 de julio de 2024

            Publicado en diario Expreso el viernes 12 de julio de 2024.

La Constitución de Cúcuta de 1821 reconocía como colombianos a los hombres nacidos en Colombia y sus hijos, a los radicados en el territorio al tiempo de su transformación política siempre que hayan permanecido “fieles a la causa de la independencia” y a los que hayan obtenido carta de naturaleza (Art. 4). Sin embargo, ella establecía que únicamente podía ser Presidente de la República de Colombia un colombiano “por nacimiento” (Art. 106). 

Cuando se fundó el Estado del Ecuador en 1830, su Constitución se apartó de esta provisión de su antecesora y estableció una clara excepción. El historiador quiteño Jorge Salvador Lara describió con precisión el artículo 33 de aquella Constitución, en el que se establecieron los requisitos para ser Presidente del Estado del Ecuador, “redactados de tal manera que a las claras se veía la dedicatoria: tener treinta años de edad (era ésa la edad de Flores) y ser ecuatoriano de nacimiento, a menos de ser colombiano al servicio del Ecuador al tiempo de declararse en estado independiente (tal era el caso de don Juan José), que hubiera prestado al país servicios eminentes (Flores, en Pasto y Tarqui), que estuviera casado con ecuatoriana (lo era doña Mercedes Jijón, la mujer de Flores) y que tuviera una propiedad raíz de 30.000 pesos (Flores y su cónyuge tenían bienes aún más cuantiosos)”. 

Era una Constitución diseñada para que el “Presidente del Estado del Ecuador” (tal era el título según su artículo 32) sea el general venezolano Juan José Flores. La razón para favorecer a un extranjero era realmente el síntoma de un Estado que, desde su nacimiento y por sus primeros quince años, estuvo gobernado principalmente por no ecuatorianos tanto en el ámbito civil (Presidencia, Ministerios, cargos de alta administración) como en lo militar. 

Simón Bolívar lo destacó en su carta a Juan José Flores, fechada el 9 de noviembre de 1830, dada en respuesta a la carta de Flores que le comunicó que el Distrito del Sur de su deseada Colombia también se decantaba por la autonomía de su gobierno. 

Allí el Libertador Bolívar se expresó claramente sobre los nacientes ciudadanos ecuatorianos: “esos ciudadanos que todavía son colonos y pupilos de los forasteros: unos son venezolanos, otros granadinos, otros ingleses, otros peruanos, y quién sabe de qué otras tierras los habrá también”. Y los caracterizó a estos ciudadanos de forma nefasta: “unos orgullosos, otros déspotas y no falta quien sea también ladrón; todos ignorantes, sin capacidad alguna para administrar”. Esa gente no se había ganado el afecto del Libertador.

También le advirtió Bolívar a Flores en esa carta que el dominio de los extranjeros en el Ecuador iba a ser temporal: “Esté Ud. cierto, mi querido General, que V. y esos Jefes del Norte van a ser echados de ese país”. Casi quince años después, este vaticinio de Bolívar se cumplió y la revolución marcista, originada en Guayaquil el 6 de marzo de 1845, lo obligó al general Flores a abandonar el Ecuador, hecho que se verificó el 24 de junio de 1845.

Se puede decir que en 1845 concluyó la dominación extranjera del Ecuador, empezada en su fundación como Estado en 1830 y sostenida casi quince años por los empeños del general Flores. 

Tempranas traiciones

5 de julio de 2024

            Publicado en diario Expreso el viernes 5 de julio de 2024.

La primera Constitución del Estado del Ecuador aprobada el año 1830 decía que el naciente Estado iba a tener un único Ministro a cargo de su administración. Era el llamado “Ministro Secretario del Despacho”, cuyo nombramiento y remoción correspondía al “Presidente del Estado” (Art. 35, numeral 7). El Ministerio se dividía en dos secciones: “1.a de gobierno interior y exterior; 2a. de hacienda” (Art. 38) y el primero que lo ocupó fue el venezolano Esteban Febres-Cordero, pero de forma provisional y únicamente hasta la llegada el 20 de noviembre de 1830 del terrateniente lojano José Félix Valdivieso y Valdivieso, designado para este cargo por otro venezolano, el Presidente del Estado Juan José Flores.

La historia que se cuenta en esta columna concluirá con la derrota de Valdivieso y Valdivieso en una guerra civil, pero no en defensa del gobierno cuyo único Ministerio ocupó en los tiempos del nacimiento del Estado ecuatoriano.

El naciente Estado del Ecuador era gobernado por extranjeros, en lo civil y lo militar. El Ministerio único de Valdivieso se dividió en dos (sin haber modificado la Constitución) para nombrar al novogranadino Juan García del Río como Ministro de Hacienda. Bolívar, en carta a Flores de noviembre de 1830, advirtió bien la situación en el Ecuador: “ciudadanos que todavía son colonos y pupilos de forasteros”. El representante de la ecuatorianidad en el gobierno era el lojano Valdivieso. 

En 1833, Valdivieso renunció al Ministerio y empezó a formar parte de la oposición. En 1834, se erigió en el Jefe Supremo de la Sierra. El 12 de junio se proclamó como tal en Ibarra; Quito lo proclamó el 13 de julio. Cuenca se adhirió (subordinada a Quito) el 25 de agosto. Así se concretó la rebelión del Ministro único de la administración de Flores contra su antiguo jefe. El 22 de octubre de 1834, Valdivieso, en control de todo el Ecuador menos Guayaquil y una pequeña área de influencia, convocó a una asamblea constitucional, que empezó a funcionar en Quito el 7 de enero de 1835.

Frente a esta rebelión, Flores se alió con el terrateniente guayaquileño Vicente Rocafuerte. El día que concluyó su período de gobierno, el 10 de septiembre de 1834, en la ciudad Guayaquil, el Presidente Juan José Flores, en conjunto con el cabildo, ungió a Vicente Rocafuerte como Jefe Supremo de la Costa y Flores se puso al frente de su ejército. 

Costa y Sierra se enfrentaron y el general Juan José Flores venció al ejército de su antiguo subordinado (comandado por otro militar foráneo, el novogranadino Isidoro Barriga) en la batalla de Miñarica el 19 de enero de 1835. 

Tras esta derrota, la asamblea constitucional que sesionaba en Quito se disolvió. Los rebeldes fugaron a Tulcán donde, según lo cuenta el historiador quiteño Salvador Lara, “cayeron en el absurdo de proclamar la muerte del estado ecuatoriano […]. En Tulcán, presididos por el general Matheu, decretaron la anexión a Nueva Granada; el odio político les llevó a traicionar sus ideales de siempre: la autonomía de Quito. Don Roberto Ascázubi, comisionado para ello, pasó por la vergüenza de que el gobierno de Bogotá rechazase tal acta”.

Es la historia de un Ministro traidor a su jefe y de la traición a un ideal.   

El tercer período

28 de junio de 2024

            Publicado en diario Expreso el viernes 28 de junio de 2024.

Una de las cosas que más molestaba a Gabriel García Moreno de la Constitución de 1861, bajo cuyo imperio tuvo que gobernar durante su primera presidencia (1861-1865), era la imposibilidad de la reelección inmediata. Su artículo 62 decía: “El Presidente y Vicepresidente no podrán ser elegidos sino después de un período”.

Cuando pudo (y García Moreno pudo en 1869, tras un golpe de Estado en enero de ese año) cambió las normas de la reelección en una nueva Constitución que se adoptó en Quito por adictos suyos (tan adictos suyos, que varios asambleístas eran incluso funcionarios de su administración) y hecha a la medida de sus deseos delirantes. A esta Constitución (la novena para un Estado fundado en 1830) se la motejó como la “Carta Negra” y es recordada porque supeditaba la condición de ciudadano (el ámbito civil) a la profesión de la fe católica (el ámbito religioso). 

La nueva Constitución estableció un período largo de gobierno (un sexenio) y la posibilidad de reelegirse de manera inmediata. El artículo que reemplazaba al anterior era el 56, que decía: “El Presidente de la República durará en sus funciones seis años y terminará en el día señalado por la Constitución. Podrá ser elegido para el período siguiente; mas para serlo por tercera vez, deberá mediar entre ésta y la seguida elección el intervalo de un período”. El día señalado por la Constitución era el 10 de agosto de 1875. 

La asamblea constitucional de adictos suyos lo escogió presidente y García Moreno gobernó entre 1869 y 1875 y, en este último año, optó por aplicar lo dispuesto en el artículo 56 y lanzarse a la reelección inmediata. Las elecciones se celebraron entre el 3 y 5 de mayo de 1875 y el pueblo decidió de manera avasalladora (99.1%, sumando 22.529 votos -el segundo lugar, el lojano José Javier Eguiguren obtuvo 89 votos) que el conservador García Moreno debía continuar siendo el presidente de la República para un nuevo sexenio (1875-1881). Su período concluía el 10 de agosto de 1875 y empezaba uno nuevo a día siguiente. Iba a ser su tercero. Si lo llegaba a cumplir, Gabriel García Moreno habría gobernado, sumados todos sus períodos de gobierno, por un total de dieciséis años.

Pero uno de los tres presidentes del Ecuador reelegidos de manera consecutiva (los otros son J. J. Flores y Correa), no llegó siquiera a asumir ese tercer período. Un puñado de liberales decidieron que no iba y lo mataron el 6 de agosto de 1875, al pie del Palacio de Carondelet.

Así, ningún presidente ecuatoriano ha podido completar tres períodos enteros de gobierno, ni consecutivamente ni de ninguna otra forma (la lista de presidentes que han gobernado por tres períodos o más es exigua: J. J. Flores, García Moreno, Velasco Ibarra y Correa). Un magnicidio, el advenimiento de una asamblea constituyente, la revolución marcista de 1845, o los constantes y variopintos golpes de Estado… Nunca se ha podido completar tres períodos presidenciales enteros. Siempre, en el Ecuador, pasa algo. 

A García Moreno le pasó que él no pudo siquiera empezar el tercer período diseñado en la Constitución que se hizo a su medida. Lo mataron a escasos cuatro días de intentarlo, poniéndole fin a su delirante sueño conservador.  

Dios, Olmedo y Bolívar

21 de junio de 2024

            Publicado en diario Expreso el viernes 21 de junio de 2024.

Estamos en el año 1847 y José Joaquín Olmedo está próximo a su muerte. El 31 de enero de ese año, Olmedo le escribe una carta al venezolano Andrés Bello. En ella, Olmedo le presenta a Bello su querella acerca de Dios. Él le cuestiona al sabio venezolano, si acaso Dios puede ser considerado un ente “infinitamente misericordioso”, pues “nos libertó del pecado, y nos dejó todos los males que son efecto del pecado”. 

La duda teológica de Olmedo se puede plantear así: Dios, o es malvado, o es deficiente. Pues si Dios pudiera evitar que exista el mal, pero no lo hace, es un Dios malvado. Ahora, si Dios no pudiera evitar que exista el mal y por eso no lo hace, es un Dios deficiente. (El creyente la tiene fácil: credo quia absurdum).   

Interesante en esta epístola al célebre venezolano Andrés Bello es la comparación que hizo Olmedo entre Dios y otro venezolano, el celebérrimo Simón Bolívar. Olmedo fustiga a Dios vía este venezolano exaltado, pues lo acusa a Él de haber hecho “lo que hace cualquier libertador vulgar, por ejemplo, Bolívar: nos libró del yugo español, y nos dejó todos los desastres de las revoluciones”.

El Ecuador era un vivo ejemplo de estos desastres fruto de la independencia del Reino de España. Realmente ha sido un continuado, persistente desastre desde que se fundó como Estado en 1830 y José Joaquín Olmedo vivió lo suficiente (murió el 19 de febrero de 1847) para haber conocido una guerra civil, varias asonadas y la revolución marcista; un presidente extranjero, dos presidentes guayaquileños, un triunvirato y cuatro constituciones. 

Olmedo participó de la fundación del Estado del Ecuador en 1830 (fue su primer vicepresidente) y en el tiempo que conoció el funcionamiento del Ecuador abrigó la certeza de que la amalgama no había funcionado. En una carta a un pariente, escrita en los días de su participación en la cuarta asamblea constitucional del Estado, se preguntó con sorna: “¿Qué significarán estos nombres, patria, libertad, derechos del pueblo, convención, etc.?”. Conceptos vacíos, para un país disfuncional.

Estamos en el año 1830 y Simón Bolívar está próximo a su muerte. El Libertador se ha apercibido que su magna obra de la independencia se le había ido como pa’l carajo. El 9 de noviembre de 1830, Bolívar le comentó en una carta a su hombre de confianza en el Sur de su Colombia desmembrada, el venezolano Juan José Flores, lo que él había obtenido después de años de guerrear (después de romperse el lomo cabalgando 123.000 kilómetros) por Sudamérica: 

“V. sabe que yo he mandado 20 años y de ellos no he sacado más que pocos resultados ciertos. 1°. La América es ingobernable para nosotros. 2°. El que sirve una revolución ara en el mar. 3°. La única cosa que se puede hacer en América es emigrar. 4°. Este país caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada, para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos colores y razas. 5°. Devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignarán conquistarnos. 6°. Sí fuera posible que una parte del mundo volviera al caos- primitivo, este sería el último período de la América.”

Todo es verosímil, salvo que los europeos ya no conquistan a nadie.

Matilde Hidalgo y el Código Civil

14 de junio de 2024

            Publicado en diario Expreso el viernes 14 de junio de 2024.

La Constitución que se aprobó en febrero de 1884 fue la décima del Estado del Ecuador y tiene un rasgo singular: fue la primera que eliminó todo tipo de restricción de acceso a los cargos públicos en razón de la condición económica, pero fue la primera y única que puso una restricción de acceso a los cargos públicos en razón del sexo. 

El artículo 9 de la Constitución de 1884 estableció que eran “ciudadanos los ecuatorianos varones que sepan leer y escribir, y hayan cumplido veintiún años o sean o hubieren sido casados”. De acuerdo con esta Constitución, para ser elector y para el ejercicio de todo cargo público se debía ser ciudadano. La consecuencia obvia: ninguna mujer podía participar en la esfera pública.

En los debates de la asamblea constitucional que produjo la Constitución de 1884 se discutió sobre la palabra “ciudadano”. Un diputado conservador, de apellido Caamaño, representante de la provincia de Pichincha, entendía que era natural que el término “ciudadano” se refiera de manera exclusiva a los varones, porque “la costumbre hace ley, y es costumbre que los varones ejerzan la ciudadanía puesto que la mujer jamás lo ha pretendido”. 

Por contraste, un liberal apellido Borja, diputado por la provincia de León (hoy Cotopaxi), apeló a la gramática pues juzgó necesario el que “comprendiéndose a las mujeres en la denominación de ecuatorianos, debía decirse expresamente que son ciudadanos todo ecuatoriano Varón que sepa leer y escribir”. Para él, palabras tales como hombre, persona, niño, adulto y ciudadano se aplicaban a los seres humanos con independencia de su sexo (y así lo estipula a día de hoy el Código Civil en su artículo 20). 

El diputado Borja era un prestigioso jurisconsulto y su postura fue la triunfadora. Se dice que esta Constitución de 1884 fue, en gran medida, su hechura. De las diez constituciones que estuvieron en vigor durante el siglo XIX, esta de 1884 fue la única en vigor por dos períodos presidenciales completos (José María Caamaño y Antonio Flores). Duró hasta que triunfó la revolución liberal en 1895 y se aprobó una nueva Constitución.  

Ni la Constitución de 1897 ni la de 1906 (ambas del período liberal) contemplaron la palabra “varones” en su consideración de “ciudadano”. En ellas se omitió la especificidad que había dispuesto el jurisconsulto Borja en la Constitución de 1884.

Bajo el imperio de la Constitución de 1906, Matilde Hidalgo acudió a inscribirse para votar en unas elecciones a representantes en el Congreso a celebrarse en mayo de 1924. La ausencia en la norma de la palabra “varones” para caracterizar el concepto de “ciudadano” era la base de su argumento de no existencia de un impedimento de orden legal para que una mujer ejerza el derecho al sufragio. 

Su argumento triunfó y pudo votar en las elecciones de mayo de 1924. Pero la última palabra acerca de la legalidad de su acto la tuvo el Consejo de Estado. El 9 de junio, de forma unánime, dicho órgano resolvió que en materia de derechos políticos “no cabe hacer distinciones de sexo, pues no las ha hecho el legislador; y que su ejercicio corresponde a los ecuatorianos varones como a las mujeres”.

Triunfo completo de la tesis de Matilde Hidalgo (y del Código Civil).

Superpoder en burra

9 de junio de 2024

El superpoder del expresidente Rafael Correa es tal que el efecto de usar él unas comillas provocó que otro escriba un artículo… que el expresidente no leyó.

Mira a todas partes, pero a algunas partes mira menos.

El “influjo psíquico” es el superpoder. Aplicado (interpretado de manera aleve, grotesca) en un sistema de justicia, ello es un abuso, cuando no una estupidez; pero aplicado a la creación de un artículo que no se leyó es un desperdicio. Algo se pudo aprender, pues como decía el filósofo Karl Popper: “la verdadera ignorancia no es no tener conocimientos, sino rehusarse a adquirirlos”.

El tuit que viaja en burra.

Otra forma de decir Jalisco es decir “vuelve la burra al trigo”. En este caso, trigo son aquella leninmorenada de la nomenclatura como un dogma y la falacia de apelación a la burla. Pero de discutir los argumentos, pues naranjas. Que si el tránsito de monarquía a dictadura, que si el Colegio Electoral y el autogobierno, que si la independencia de poderes y la milicia… Tantas cosas para hablar sobre Guayaquil, pero el fetiche de la falacia es hablar de París. Ah, le fou.

Por lo menos ahora está claro que, para el expresidente Correa, la fulminante sanción a Antonieta Palacios fue una “injusticia”. Pero qué barata la sacan los autores de la injusticia, pues para ellos no hay ninguna palabra, nadita acerca de lo poco académicos y muy ociosos que han sido (la fulminante sanción a Antonieta fue su primera resolución del año -a mediados de su quinto mes). Esta acusada deferencia en un escenario tan papayero para el chascarrillo hiriente, especialidad de la Casa Correa, realmente no se entiende. (¿Espíritu de cuerpo con esta variante de las momias cocteleras?)

En lo que sí estoy de acuerdo: Jalisco lo venció. Se llegó a él en burra.

Naturgemälde

7 de junio de 2024

            Publicado en diario Expreso el viernes 7 de junio de 2024.

La palabra que titula esta columna es alemana y, por ende, algo jodida. O como en este caso, intraducible. Pero dejemos a una de la tierra de los teutones que nos la explique: “una palabra alemana intraducible que puede significar una ‘pintura de la naturaleza’ pero que al mismo tiempo entraña una sensación de unidad o integridad”. La explicadora es Andrea Wulf, y ella es la autora de un libro extraordinario: ‘La invención de la naturaleza. El nuevo mundo de Alexander von Humboldt’.

El libro de Andrea Wulf es una biografía de este viajero y científico alemán cuya vida resultó marcada por el recorrido que hizo por el hemisferio Sur a inicios del siglo XIX. En esencia, ella lo considera a Humboldt el “padre fundador” de la idea de ecosistema.

La genialidad de Humboldt fue ir a contracorriente. En una época en que la ciencia insistía en la especialización de los saberes, él aspiraba a observar las conexiones entre las cosas. El momento cumbre de esta mente poderosa fue durante su escalada del volcán Chimborazo, en compañía de Carlos Montúfar, Aimé Bonpland y José, su criado (no olvidar que este es un viaje de burgueses). 

El ascenso de Humboldt a la montaña más cercana al Sol ocurrió el 23 de junio de 1802. No llegaron a la cima, pero alcanzaron unos respetables 5.917 metros, con equipo e instrumentos rudimentarios. De todas maneras, aquella altitud antes no había sido alcanzada por nadie (o al menos por un occidental, porque la etnia Sherpa…). Y fue allí, en esas alturas del Chimborazo y oteando un horizonte inmenso, que Alexander von Humboldt, nacido en Berlín el 14 de septiembre de 1769, concibió la idea del Naturgemälde.

En su biografía de este hombre extraordinario, Andrea Wulf explica el significado de haber concebido dicha idea: “La naturaleza, comprendió, era un entramado de vida y una fuerza global. Fue, como dijo después un colega, el primero que entendió que todo estaba entrelazado con ‘mil hilos’. Esta nueva noción de naturaleza iba a transformar la forma de entender el mundo”.

En el territorio de las provincias del Reino de España que algunos años después se unirán para conformar el Estado del Ecuador, Humboldt conoció varias ciudades (Quito, Riobamba, Cuenca, entre otras) y ascendió a varias de sus montañas. Fue él quien bautizó al callejón interandino como “avenida de los volcanes”. 

El 17 de febrero de 1803 Humboldt y su comitiva zarparon desde el puerto de Guayaquil con destino a México. Nuestra ciudad fue la última en el hemisferio Sur en la que estuvo Alexander von Humboldt. Mientras se alejaba de ella, él miraba por el telescopio y “veía que las constelaciones del cielo austral iban desapareciendo poco a poco”. Cruzó la línea imaginaria del ecuador el 26 de febrero de 1803. Nunca más (murió en Berlín, el 6 de mayo de 1859, a los 89 años) volvió al hemisferio Sur.

Y Humboldt nunca fue el mismo tras su visita a esta parte del mundo, pues como lo destaca su biógrafa Wulf, “sobre todo, se iba de Guayaquil con una nueva visión de la naturaleza. En sus baúles iba el dibujo del Chimborazo, el Naturgemälde. Este dibujo y las ideas que lo habían inspirado cambiarían la percepción del mundo natural que iban a tener las generaciones futuras”.